Santiago Posteguillo y la pasión romana (Posteguillo gana el Planeta 2018)

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SI es cierta la expresión latina “audaces fortuna iuvat” (la suerte ayuda a los audaces), creo que Santiago Posteguillo es el mejor ejemplo. Hace algunos años que tuve la suerte de conocer al gran escritor de historias de romanos, y la verdad es que siempre vi en él esa actitud de seguridad y de mesura, de quien maneja fuentes, investiga y viaja, siempre con muy poco ruido y con un resultado espectacular, increíblemente pulcro y riguroso. Porque Posteguillo es algo más que un autor de novela histórica al uso. Esta semana, como sabrán, se hacía con el premio Planeta de este año. Pero su trayectoria es tan amplia, y tan coherente, que hasta el propio premio puede resultar anecdótico (si no fuera por su dotación y su evidente repercusión) al lado de la ya larga trayectoria del escritor. Entrevistar a Posteguillo siempre ha tenido dos lados bien diferenciados para mí. Uno, el placer de hablar con un colega de los Estudios Ingleses (es profesor en la Universidad Jaume I), un colega que no sólo ha escrito algunos libros dedicados a entender mejor la literatura, sino que mantiene ese gusto por el dato exacto y comprobado, propio de un investigador de larga formación académica. Por otro, el placer de hablar con alguien que es uno de los mejores recreadores de los tiempos de Roma en todo el mundo (en España, desde luego) y uno de los autores de novelas basadas en la historia más divertidos, consistentes y, sí, más audaces, que conozco.Audaz es, pues, la palabra. La fortuna: contar con un ejército de lectores, que ya fueron numerosos con la Trilogía de Escipión, se multiplicaron con la de Trajano (tengo ante mí el espléndido ‘La legión perdida’), y a buen seguro que se ampliarán ahora mucho más con ‘Yo, Julia’, la novela premiada en el Planeta, que da a un personaje femenino romano toda la relevancia que se merece (se me ocurre recordar ahora aquel ‘Las hijas del César’, igualmente desde el lado de las mujeres en un mundo de machos alfa, del gallego Pablo Núñez). También tengo entre las manos ‘Yo, Claudio’, la genial obra de Robert Graves en cuyo título se inspira, como homenaje en cierto modo, Santiago Posteguillo. Claudio el tartamudo protagoniza una de las mejores obras ‘romanas’ de la historia, pero les aseguro que nuestro autor no le va a la zaga. Y si Mesalina y Livia, dominante y consejera eficaz a la sombra de Augusto, son personajes femeninos de relevancia, la Julia Domna de Posteguillo, esposa de origen sirio de Septimio Severo, madre de Caracalla, es la nueva revelación. El regreso del escritor valenciano supone iniciar otro viaje maravilloso a Roma. Es para felicitarse. Nada que envidiar, me temo, a ‘Juego de Tronos’ en cuanto a la gran coreografía de un lugar, en cuanto al dominio de personajes que, además, fueron en su mayoría verdaderos. El gran Posteguillo vuelve para quedarse mientras nos preguntamos por esa versión televisiva de ‘El Africano’, en manos de Mediapro. El escritor es cuidadoso con la posibilidad de convertir sus largas historias en series de televisión (la estupenda Mary Beard no tendría dudas), pero yo apuesto por él. De los textos de Posteguillo pueden germinar series magníficas. Como ‘Yo, Claudio’ germinó de Graves y de la BBC: imprescindible joya.

La última vez que entrevisté a Santiago Posteguillo, con motivo de la publicación de la última novela de la trilogía de Trajano, fue en 2018. Reproducimos la entrevista, publicada en este diario, a continuación:

Texto: J. Miguel Giráldez

Fotografía: Fernando Blanco

Desde que conozco a Santiago Posteguillo, y ya van algunos años, no ha dejado de ir de éxito en éxito. Hoy está considerado como el gran maestro de las novelas de romanos en español (y no sólo en español), pero, naturalmente, Posteguillo es mucho más que eso. Con su talante serio, pero amable, me recibe en el Hostal de los Reyes Católicos. Bajo estas luces que bañan muros no tan viejos como los que Posteguillo describe en sus obras, pero tan venerables, el escritor hace un aparte para terminar de hablar por teléfono con su mujer: hay asuntos domésticos que tratar en la distancia, como casi cada día. Posteguillo no descuida nada. Ha aprendido a ser metódico, y su profesión, profesor de Filología Inglesa en la Universidad de San Jaume I, sin duda le ha ayudado mucho. Está acostumbrado a investigar. A analizar documentos, a manejarse por todos los archivos. Así que ese bagaje ya lo tenía cuando decidió volcar su vida hacia la literatura, en particular hacia la novela histórica y, tras el fulgurante éxito de la trilogía de Escipión, concretamente hacia la novela que recrea momentos decisivos de la vieja Roma.

Es evidente que en este paisaje se siente como pez en el agua. No empezó entre romanos, pero una vez que los ha conocido tan bien, se resiste a abandonarlos. “Es el origen de nuestra civilización”, se justifica. Aunque no sabemos qué hará en su próxima novela, que ya tiene entre manos: “he venido pergeñando el esquema de la primera parte. Me falta la segunda: pero para eso tengo el viaje de vuelta”, dice, con cierta retranca. Nada puede desvelar. “No me lo permite la editorial. Pero sí te diré que sigue siendo una novela histórica”, explica, con media sonrisa, consciente de que lo que toca hoy es el final de los días de Trajano .

Su nueva novela alcanza las 1.150 páginas y no da descanso al lector. Posteguillo es muy capaz de describir la vida romana con detalles mínimos, capaz de recrear diálogos de césares y soldados con gran verosimilitud. No sólo le dicen los críticos que es muy cinematográfico, sino que él se empeña en serlo. Se le ve feliz de haber dedicado tantos años y tanto esfuerzo a componer la vida cotidiana de personajes como Escipión o Trajano. Un esfuerzo que le ha llevado de un lado a otro del planeta, y que le sugiere una sola queja: “los aviones”. Y añade: “en eso soy como Woody Allen. La última vez que fui a Argentina me vi unos trece capítulos de The Big Bang Theory, y luego me tomé dos o tres copas de vino. En fin. Donde se pueda ir en tren, prefiero ir en tren. Mi editorial ya lo sabe”. Su éxito, que se multiplica cada vez que saca a la luz un nuevo libro, no le ha permitido quedarse mucho en casa. Ni en la universidad. “Bastante que, gracias a la generosidad de mi rector, he conseguido seguir con mis clases, aunque eso sí, modificando los horarios. Me han nombrado embajador honorífico de la Jaume I, y eso podía no haberlo hecho, pero lo hizo. Ahora, es cierto que ya no puedes renunciar a viajar”, añade. “Es el dulce problema, el happy problem“, acepta. “Sólo me sabe mal por mi familia”. Pero ha completado un trabajo serio, concienzudo, como a él le gusta. Siete años sin parar para esta trilogía. Contempla este volumen inmenso, La legión perdida (Planeta), con la satisfacción de un trabajo al que no le falta nada para satisfacer al lector. Posteguillo cree que trabajo y el esfuerzo son para el escritor, y el placer, para el lector.

Le digo qué queda del Posteguillo inicial, cuando no era conocido por el gran público. “Creo que me queda el estilo. En eso pienso que no he cambiado casi nada. Cuando llego con Africanus, que es mi carta de presentación, ya había escrito mucho. Ahora, mi mayor evolución está en la estructura. En cada nueva novela intento introducir un cambio estructural. En Los asesinos del emperador opté por un sistema circular. En Circo Máximo, lo que imperaba era la simetría, con esas dos carreras de cuádrigas, una al principio y otra al final, y dos campañas dácicas, con un juicio en medio. Y en esta, lo que tenemos es un juego de espejos, en el tiempo y en el espacio”, explica Posteguillo. “La novela salta de la legión perdida en los tiempos de Craso (el craso error) hasta, 150 años después, el mismo intento de llegar a oriente por parte de Trajano. Pero se narra mucho más, porque hablo de Roma, de Partia, de la India, del Imperio Kushan y, finalmente, de lo que sucedía en China. Los latinoamericanos llaman a esto ‘novelas de largo aliento’, porque abarcan muchos años y territorios.

Posteguillo está influido por todas sus lecturas, siendo, como es, un gran conocedor de lo anglosajón. Pero admite que su gusto por el detalle, por ser fiel en todo, por perfeccionar sin cesar la narración, le viene de Tolkien. “Bueno, hemos hablado de esto más veces”, me recuerda, “quizás me atraía Tolkien porque él era un profesor como nosotros, del mundo inglés, del inglés antiguo, ya sabes. Cuando navegaba por El señor de los anillos, aquello de que hubiera mapas, apéndices, me encantaba. Y por eso sabía que si yo escribía algo parecido alguna vez, introduciría en mi novela esas cosas, que no molestan, además, la lectura”, dice.

“Una novela como La legión perdida es un gran Juego de Tronos, pero real”, declara con entusiasmo. “Aquí tienes a Trajano y a Osroes, y a todos los grandes líderes, jugando a intervenir en multitud de reinos, particularmente Armenia, poniendo y deponiendo reyes, intentando saber quién consigue el reino de Partia. Lo que hace Martin es muy bueno, entretenido, y también él es muy tolkeniano. Pero lo mío es real. Te da un punto de conocimiento sobre el pasado que otras novelas no te dan”, apunta. Lo que tienen en común todas las narraciones que va citando Santiago Posteguillo, incluyendo las suyas, es el estudio del arte de la guerra. La trilogía de Trajano despliega toda una maquinaria bélica, todo un cúmulo de decisiones humanas tomadas por un emperador que él admira profundamente. “La globalidad actual proviene de una globalidad que ya existía entonces”, quiere dejar muy claro Posteguillo. “Por eso esta es una novela de lenguas, de idiomas. Los que saben idiomas, se salvan. Esa globalidad de la que hablo se demuestra porque el enfrentamiento entre Roma y Partia es conocido por los Kushan al norte de la India, y llega hasta China. Todos estaban unidos por el cordón umbilical de la Ruta de la seda. Plinio el Viejo se quejaba de los millones de sestercios que se gastaban los romanos en traer productos de la China: ¡si levantara ahora la cabeza!”

Hay otra lección que puede extraerse de esta magnífica novela. Posteguillo lo explica con claridad: “quería romper ese eurocentrismo que nos hace parecer que somos lo mejor y lo más importante”, subraya. “En la novela se ve que cuando hay un terremoto en Roma, en China están inventado el sismógrafo. Cuando aquí se usa el papiro y el pergaminos, le están presentando al funcionario Fan Chun (y luego a la emperatriz Deng) una cosa que llaman papel. Había otros mundos, que aquí se muestran, y Roma no era el más avanzado”, insiste. Un mundo que Posteguillo ha intentado conocer para componer la novela (se pasó un mes en la India, viajó al Museo Arqueológico de Estambul, también al lugar donde Trajano murió, al sur de Turquía…). “He tardado esta vez dos años y seis meses, en lugar de los dos años previstos”, cuenta. “En la editorial acabaron entendiéndolo. Había que estar a la altura”. El esfuerzo fue colosal, pero la novela, la trilogía más bien, logra un perfil excelente de Trajano. “En Roma, cada que vez que llegaba un emperador nuevo, le decían: ojalá seas tan afortunado como Augusto y tan bueno como Trajano. No se encuentran ya muchos personajes como este. En el siglo XX, quizás Mandela. A ver si nos cruzamos con un par más deTrajanos, pero no sé yo. De él me interesa su ejemplaridad (luchó mucho contra la corrupción), afrontaba los problemas y no dejaba que se pudriesen, gastaba el dinero público en edificios públicos, y en caso de guerra estaba en primera línea de combate. Qué más se puede pedir”, dice Posteguillo. “Cuando se propone reproducir la aventura de Craso, fallida, se da cuenta de que no debe repetir los errores del pasado: otra lección para quien la quiera aprender”, remata.

PROXIMAMENTE, POSTEGUILLO PRESENTARÁ SU NUEVA NOVELA, ‘YO, JULIA’ (PLANETA) EN ESTAS PÁGINAS

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