Con Guillermo Arriaga (‘Amores Perros’, ahora ‘El salvaje’) en A Coruña

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GUILLERMO ARRIAGAEl escritor mexicano presentaba esta semana en A Coruña su nueva novela, ‘El salvaje’ (Alfaguara), de la mano de Javier Pintor. Una historia de 694 páginas por las que pasa todo México, y muchos retazos y obsesiones de la infancia y la juventud del autor del guión de ‘Amores perros’, ’21 gramos’ Y ‘Babel’, entre otras obras de éxito. Nominado para el Goya a la mejor película iberoamericana por ‘Desde allá’, pasa unos días en España, visita Galicia, y se pregunta (sin lograr respuesta) qué vendrá después de una novela en la que, en gran medida, laten todas sus historias anteriores.

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En apenas cuatro días en España, Guillermo Arriaga (México, 1958) ha contado ya numerosas veces cómo ‘El salvaje’, que acaba de publicar Alfaguara, supone un viaje largo a toda la experiencia acumulada, es una forma de revisitar sus obsesiones, su gusto por las casualidades, por los giros imprevistos de la vida, por esos personajes en los que late él mismo, y muchos de sus amigos, que por supuesto están dentro de esta historia. Es una novela que abraza todo un tiempo, un largo tiempo, con ecos de la propia biografía e invenciones hermosas o brutales, al calor de lo vivido, pero con un gran sello de autenticidad y de bravura. Contada con ese ritmo sincopado que recuerda el paso de los fotogramas, con un estilo fragmentario, que va y viene desde el pasado hasta el presente, en ondas sucesivas, como la sangre golpeando en las sienes, ‘El salvaje’ es capaz de crear atmósferas cálidas y polvorientas, desde las azoteas de uno de los barrios más laberínticos y peculiares de Ciudad de México, el suyo, hasta los bosques y los ríos helados del Yukón, donde Amaruq, obsesionado como nadie en esta historia de obsesiones, persigue sin aliento al macho alfa de una manada de lobos.

Me encuentro en el Hesperia de A Coruña con Guillermo Arriaga. Está algo cansado, pero lo niega. Da muchas entrevistas, visita platós, habla sin parar de una novela que probablemente es la novela de su vida. Sonríe. Es escueto en las respuestas, como a veces en la prosa. Sintagma. Sintagma. Palabra. Palabra. Ese peso del fotograma. Hay mucha acción, todo fluye. Pero después está esa crema viscosa del odio. Ese puré oscuro de la venganza. Esas cucharadas amargas de realidad. Sólo algún estallido de felicidad. En las azoteas. Encaramados a los tejados, sin pisar la calle, los muchachos van y vienen: “Nos echaron de ella, nos largó de la calle. La policía. Entonces nos subíamos a las terrazas y saltábamos de una a otra”. Y ahí te imaginas la cámara, en travelling, saltando, fiuh, fiuh, wuuuuoah, wuuuuoah, el vértigo, sin caer, sin caer… o cayendo. Un juego que es una huida por un territorio sólo dominado por los habitantes del laberinto. La novela se emboza en sangre, en embriones guardados en formol, en lágrimas, en un amor que no puede sustanciarse más que en pocas palabras, porque no hay tiempo, ni dinero para perderlo. También en amores adolescentes aprovechando descuidos colegiales. Hay un poso de tristeza feroz, como el aullido del lobo. Colmillo, es el lobo. No el que persigue Amaruq, sino el que tienen atado en la colonia, capaz de llevarse el bíceps de un mecánico de un bocado, como trofeo. Colmillo es ‘White Frang’, el perro lobo de Jack London. ‘El salvaje’ te obliga a ‘jacklondonizarte’, a construir tu propia hoguera en medio de la frialdad del mundo. Todos son lobos esperando el calor de la manada. Y hay fieras que odian, gente pulcra, sin embargo. Los buenos muchachos, fanáticos religiosos. No dirán una mala palabra, pero incendiarán la vida de los saltadores de terrazas. Carlos, el hermano de Juan Guillermo, el protagonista, es asesinado, brutalmente. El muchacho lo pierde todo: muere el hermano mayor, como había muerto en el vientre de la madre su gemelo. Y muere la abuela, y los padres mueren, o se suicidan, en un accidente de coche. “Yo también tuvo un accidente de coche, muy grave, como el de la novela, o muy parecido. Caí por un barranco, iba dormido”, me dice Arriaga. Ahí está. Todo está dentro de uno. “Guillermo”, le digo: “no puedes desprenderte de los accidentes de coche, de las vidas cruzadas, de cómo hay muertos que salvan a vivos, y vivos a muertos, de las casualidades, de los encuentros. No puedes desprenderte de los perros, Guillermo, ni ahora de los lobos”. Porque todo está ahí desde principio.

Le digo que ha vuelto a la novela casi veinte años después. Como si todo lo demás no fuera novela, narración, literatura. “Bueno, los guiones son novelas para cine”, me corrige. “Es muy triste que el cine sea considerado un subgénero de la literatura. Cuando se escribe teatro no pasa eso. ¿Por qué en el cine? No se entiende. Es verdad que a veces hay obras que se escriben por encargo… Pero bien mirado, hasta hay grandes obras de arte que fueron hechas precisamente por encargo”, explica Arriaga. ‘El salvaje’ recoge, ya lo hemos dicho, muchos de los grandes temas del escritor, muchos de los que ya aparecen en las películas que él escribió, y en otras novelas. ‘Amores perros’ persiste, es indestructible, está siempre ahí. Pero Arriaga reconoce que quiso dibujar la vida, como él la sintió. “La vida es así. Hay casualidades, hay suerte… No soy un trágico. Soy un optimista. Mi propia carrera confirma que uno puede hacer lo que quiera. Tuve claro donde quería llegar y luché siempre por conseguirlo”. Pero admite el escritor mexicano, también el cineasta que hay en él, el cineasta que también persiste, que lo más hermoso está en esos hilos rojos que nos recorren, que nos unen, quién sabe si al azar, a unos con otro, en lugares diversos, sin que haya razones ni explicaciones. Las vidas cruzadas. “Desde los quince años pensé en contar mis vivencias algún día. Lo hago ahora. Sobre todo en ‘El salvaje’. Son detalles que se fueron acumulando, no grandes asuntos. Es el territorio donde suceden las cosas, en un día cualquiera. Como en Faulkner. Como Dickens, Balzac. La vida ocurre a pie de calle. Y yo eso lo quería contar. No nos quedó otra que trepar a las azoteas, porque la policía nos correteaba. Yo describo mi barrio tal y como es. Nos divertíamos mucho allá arriba, en las azoteas. Muchos perdieron su virginidad allí. Pero sobre todo platicábamos, éramos felices”.

El cine corre por las venas de este escritor, pero ‘El salvaje’ no será una película. “Bueno, eso creo. Si viene alguien y me dice cómo hacerla, yo con mucho gusto vendo los derechos. Pero no creo que pueda hacerse. Yo no voy a emprender la tarea de adaptarla, como hice con ‘El búfalo de la noche’. Lo interesante es lo que sucede dentro de Juan Guillermo y de Amaruq, no lo que sucede fuera de ella”. La complejidad de las dos historias paralelas que ocurren en esta novela hace quizás difícil su traslación al cine, pero es más difícil todavía el laberinto de vidas que, una vez más, aparece ante nosotros. Como el laberinto de las calles y de las azoteas. Arriaga está contento con que se quede como novela. Como gran novela. “Yo soy un contador de historias. No todo hay que convertirlo en cine. Ahora estoy escribiendo teatro. Escribo siempre. Necesito energía emocional para escribir un libro, y cuando tengo algo, lo veo venir. La historia viene a mí. La historia te arrasa como una avalancha. ‘El salvaje’ cuenta cosas difíciles, duras, violentas. Pero Arriaga, que quiso ser boxeador, aunque no llegó a serlo nunca, no cree que en eso se parezca a sus vivencias: “tuve una vida muy feliz, me lo he pasado muy bien en este mundo. Claro que tuve episodios complicados. Me peleaba mucho en la calle. Tenía un compañero que era remero olímpico, y yo quería ser también un deportista. Pero se me infectó el corazón mientras entrenaba y ahí acabó mi carrera de boxeador. Luego, es verdad, he vivido momentos bien extremos. En algunos lugares. Disenterías, hipotermias en el desierto… Pero bueno, nada tan grave… Aunque la hipotermia es terrible. Ese territorio, ahora puesto en cuestión, el territorio de la frontera entre Estados Unidos y México es fascinante. He vivido mucho ahí, he viajado a la frontera desde niño. Acabo de estar allí. A veces estamos cazando en México y vamos a desayunar a Texas… A unos 400 kilómetros de Laredo, es un territorio muy escarpado e inclemente. No hay personaje más interesante que el camina al filo de una frontera”. (Y eso aparece bastante en esta novela).

‘El salvaje’, dice Guillermo Arriaga, no es una historia ecologista. “No, sólo es un libro en el que se habla de la naturaleza, porque la naturaleza somos también nosotros y a veces parece que no nos damos cuenta. Esta es una historia en la que hay un gran amor por los animales y por nuestra relación con ellos. Pero, sobre todo, esta es una historia sobre la libertad, y sobre la necesidad de saber que aún hay esperanza”.

Una entrevista de J. Miguel Giráldez, versión extendida de la publicada en ‘El Correo Gallego’ el viernes 3 de febrero de 2017. La fotografía es de Chema Moya.

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