Federico Axat, una novela inquietante (entrevista)

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axatFederico Axat (Buenos Aires, 1975) acaba de publicar La última sali­da (Destino): una novela inquietante. Todo empieza con un intento de suicidio, pero, cuando Ted va a llevarlo a cabo, alguien llama insistentemente a la puer­ta. Así que hay que postergar esta acción tan crucial. Hay que dete­ner el dedo, el gatillo, la bala. Hay que parar. Ted McKay ha de parar. Son de estos días en los que no está uno para nada, habrá pensado. La llamada sigue, el tipo al otro lado de la puerta insiste. Aprieta el tim­bre una y otra vez. Va a tener que abrir, maldición. Justo ahora, que lo tenía todo calculado. Justo aho­ra, que todo estaba decidido. Por­que Ted es rico. Es feliz. Tiene dos hijas ado­rables. ¿Qué extraño fuego de muerte, qué pájaro negro ha invadi­do su corazón? Y, sobre todo, ¿qué diablos que­rrá el tipo que insiste en apretar el timbre, como si le fuera la vida en ello (igual que a Ted le va la muerte en ello), al otro lado de la puerta?

Hablo con Federico Axat, en este año tan argentino. Han veni­do muchos argentinos, le digo. Todos estu­pendos. Hay que ver, qué literatura. Nunca antes lo había entre­vistado, pero Axat, que es ingeniero, sí, inge­niero, viene pegando fuerte con otros títu­los, no sé si saben. El pantano de las maripo­sas, por ejemplo. Es un tipo especial, esto lo he dicho de otros argenti­nos. Bueno, y no sólo de argentinos. Es tre­mendo, Axat. Verás: te atrapa. No es ese “te atrapa” de la propaganda, de los autores del suspense, no. Es otro atrapar. Nadie sabe nada aquí, ni el protagonista. Ni siquiera el escritor. El ingeniero Axat se las ingenia. Para atrapar.

–Es un apellido extraño, Axat. Argentino, claro.

–Bueno, no es muy común, no. Es llamativo. (Se le ve jovial, anima­do. Se le escucha contento). No somos muchos Axat, es cierto. Somos una familia pequeña en Argentina.

–Hay últimamente un desembar­co de escritores argentinos bas­tante notable.

–Bueno, sí. Pero yo publiqué mis novelas anteriores en España, y también en Italia y Alemania [en realidad, con esta última, ha sido publicado en 29 países]. Pero no me habían publicado en Argenti­na. Así que ahora, después de un largo periplo con esta novela (la verdad es que da un poco de vér­

tigo), por fin voy a ser publicado en mi país. Digamos que ha sido como un camino inverso.

– Hablo con usted y tengo ganas de decir que es ingeniero. Como si hubiera que justificar algo. Ojo, que Axat es ingeniero. No es escritor, es ingeniero. Pero ya es, mucho más, un escritor.

–Yo no reniego de mi carrera. Es fascinante. He trabajado de inge­niero. Pero hay muchos escrito­res que vienen de la rama de las ciencias: como argentino, se me ocurre Ernesto Sábato. Yo le tra­to de buscar alguna explicación, o, más bien, trato de ver cómo la ciencia y la literatura se comple­mentan. Y la verdad, en un thri­ller como La última salida, está muy claro que el conocimiento científico es muy importante.

–Claro, por eso hay tantos ins­pectores de ficción que tienen mentes matemáticas o científi­cas. Y es verdad que hay muchos escritores de esos ámbitos. Todo está en todo. Pero, ¿cuándo un ingeniero decide que quiere ser escritor?

–Es una pregunta adecuada, por­que es cierto que cualquier inge­niero puede haber decidido un buen día que se iba a poner a escribir. Pero no es mi caso. Yo escribo desde que tengo uso de razón. Más allá de que era la pro­fesión de mi padre… Y más allá de que la física y las matemáti­cas me gustan bastante… lo que sucedió fue que nunca consideré que la literatura podría llegar a ser un medio de vida. Yo me con­sidero escritor desde siempre.

–Y vives en Argentina. No digo que haya que saltar a Europa, no es que diga eso. Aunque venir a Europa tiene algo de aquel Grand Tour que hacían los románticos.

–Viajé mucho. Sobre todo por América. Me dediqué a proyec­tos de telecomunicaciones en aquellos años, así que pasé como unos siete años fuera de Argenti­na. Pero me siento muy cómodo allí. No me imagino en otro sitio.

–A fin de cuentas, ya decíamos que la ebullición cultural y lite­raria en Argentina parece haber tomado nuevo impulso.

–Es un fenómeno argentino, pero Buenos Aires en particular, la provincia donde yo vivo, tiene ese mundillo de las librerías, no las de las grandes cadenas, sino esas a las que van los lectores que conocen, que saben lo que van a buscar. Es muy gratificante.

–¿Qué hay en La última salida que ha provocado este éxito, este torrente de admiración y que además vaya a ser una película en Hollywood?

–Sí, es verdad que se está adap­tando por un estudio importan­te. No puedo hablar mucho aún. Pero me emociona, claro, sobre todo porque sé que no es fácil adaptar esta novela, y que no es fácil ser uno de los elegidos. Como también me emocionan todas las traducciones que se están haciendo.

–¿Va a participar en los guiones?

–Bueno, yo soy un amante del cine. Creo que mis influencias más importantes vienen de lo audiovisual. Me costaría no estar vinculado a la película de alguna forma. Con humildad, claro. Pero me encantaría estar. Ahora, si un director cree que tiene que cam­biar algún matiz de la historia, no lo fundamental, lo entendería.

–Dicen que Federico Axat es uno de los mejores dominadores del suspense en lengua castellana. Yo sé que al hablar de thriller inmediatamente se habla de suspense, que a veces es como una etiqueta. Pero en su caso… sabiendo que escribe sin un plan preconcebido, ¿cómo consigue que funcione tan bien?

–Cuando lo cuento me pregun­tan cómo es posible. Parece que en una novela así todo tiene que cuadrar perfectamente. Pero a mí me gusta desentrañar la his­toria a medida que avanzo: la his­toria se inventa en el proceso de escritura. No trazo mapas, pero sé que estaría bien para optimi­zar el tiempo. Y si todo esto me obliga a reescribir, o me hace llegar a un callejón sin salida, lo afronto.

–Le encanta improvisar.

–Lo que me encanta es sorpren­der. Y sorprenderme. Me da bue­nos resultados. Es gratificante que un lector te diga que tenía una teoría y que a las diez pági­nas esa teoría ya no le servía… Así que estoy muy contento.

–¿Y se ha encontrado en ese callejón sin salida alguna vez’

–No me ha pasado del todo. Ten­go alguna novela a medio escri­bir que podría continuar. No he llegado a desechar el material. Aunque ocurrirá. Ahora, volver atrás y reescribir, infinidad de veces. Todos mis libros tienen muchas reescrituras, y algunas de ellas muy severas. Doy pasos atrás y borro las huellas.

–El arranque de La última sali­da es brutal. Parte de un suicidio frustrado. O interruptus.

–Sí. Ted está a punto de pegar­se el tiro, pero cuando abre la puerta, ya que no dejan de lla­mar al timbre, se encuentra a este Lynch, que claro, se llama así por casualidad (risas). ¿Qué se le puede decir a alguien que lo tiene todo decidido, que tiene esa mente racional de gran aje­drecista? Sin duda convencería al tal Lynch para que se marcha­ra, y entonces la novela se acaba­ría en la página ocho (risas). En la editorial me dijeron que ocho páginas no (risas de nuevo). Así que había que inventar algo. Y lo que Lynch le ofrece es partici­par en una cadena de suicidios. Le ofrece lo que corrige la única falla del plan de Ted: así la fami­lia no tendrá que contemplarlo muerto en la casa. Pero esa cade­na de suicidios, gentes en su mis­ma situación que se van matando unos a otros, cambia las cosas: porque ahora la muerte de Ted, cuando ocurra, será un asesina­to. Eso implica una modificación de varios niveles. Por supuesto que Ted se pregunta cómo Lyn­ch sabe todo esto. Se pregunta quién es. Pero hasta esa pregun­ta es secundaria, porque en rea­lidad le están dando una buena solución para lo suyo. Eso sí: Ted tendrá que pensar que ahora va a decidir sobre la vida de otro, no sobre la suya propia.

–Esta trama implica aceptar convertirse en asesino. Lo que descubre es un perverso juego de culpabilidades y responsabi­lidades.

–Tal cual. Pero hay algo detrás que nos estamos perdiendo… Y vendrán cosas que borrarán las anteriores, que las harán inser­vibles. El lector arma su lógica, pero de pronto esa lógica se cae.

 

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