Úrsula Rodríguez, su mujer, habla de la vida con el escritor, con motivo de la aparición de ‘Todos los cuentos’en editorial Siruela
JOSÉ MIGUEL GIRÁLDEZ
HA SIDO MUY EMOCIONANTE volver a hablar con Úrsula Rodríguez, la viuda, bueno, la mujer de Antonio Pereira. No me gusta decir viuda, porque, de alguna forma, Antonio siempre está ahí. Úrsula habla con él. Me lo dice sin atisbo de mística, sin subrayarlo mucho, como hace ella las cosas. Recuerdo a Úrsula de algunos días de verano en Villafranca del Bierzo. Con Antonio, claro. Acudí alguna vez a la Fiesta de la Poesía, que era un motivo espléndido para la fiesta de la palabra y del verso. La última vez que los vi juntos Antonio se movía ya con dificultad: apoyado en mí entró en el restaurante del parador que hoy lleva su nombre. Conocí a Antonio Pereira en los años ochenta, cuando entregaba algunos textos para el dominical de La Crónica de León, siempre con ese celo y ese mimo que él tenía por la cosa escrita. Obsesión por el detalle, diría yo. Antonio Pereira peleaba personalmente cada una de las páginas que se publicaban, allá donde fuera. Las cuidaba hasta el extremo. Nunca se rendía. Y aunque sabía que no sería nunca un bestseller (ni falta que hacía, añado yo), lo cierto es que, precisamente a partir de aquellos años, su producción literaria se hizo más y más conocida, sin abandonar, desde luego, ese aire de autor de culto, de autor exquisito, especial y diferente. No es que él lo buscara. No he conocido a nadie más sencillo, más cercano, más humano. Pero así se construyó su figura, con su forma de escribir y de ver la vida (irónica y retranquera: quizás porque se sentía tan próximo a la forma de ser y de vivir de los gallegos).
Así que llamé a Juan Carlos Mestre, el grandísimo poeta villafranquino, discípulo sin duda del propio Antonio Pereira, para comentar la publicación en Siruela de este volumen de casi 900 páginas, Todos los cuentos. Mestre (La casa roja) es fascinante, su verbo es único, su pasión, inigualable. Creo que es uno de nuestros mejores poetas. Pero sucede que Mestre suele estar a caballo de los aeropuertos y las estaciones de tren, y en esta ocasión no era de otro modo, así que aún no he podido hablar con él de esta colección de cuentos: no sólo magnífica, sino imprescindible. Pronto tuve a Úrsula al teléfono, desde Madrid. La entrevista que mantuvimos, cálida, poblada de esos recuerdos memoriosos de los días azules y el sol del verano, puede escucharse en el página web de este periódico, de principio a fin. Lo que cabe en estas líneas no es más que un pequeño apunte. La emoción contenida de Úrsula, que guarda, sin embargo, ese punto de sano y divertido escepticismo que también tenía Antonio, hace que esta charla merezca mucho la pena: se la recomiendo de verdad.
Úrsula Rodríguez está a cargo de la organización del legado de su marido, a través de la Fundación Antonio Pereira, de la que es vicepresidenta, y que se encuentra en el seno de la Universidad de León. “Antonio me lo dejó todo muy claro, no quería ni oír hablar de que se pudiera publicar una sola página que él no hubiera mirado bien. Y corregía siempre todo. Pero bueno, para publicaciones como esta colección de cuentos he tenido mucha ayuda, desde luego la de Mestre, que siempre está ahí, porque Mestre es, ya lo sabes, como un hijo”, me dice. Hoy nadie discute que Antonio Pereira es uno de los mejores autores de historias cortas de la segunda mitad del siglo XX. Quizás de todo el siglo XX. Su peculiar manera de observar, de encarar las situaciones más rocambolescas o de descubrir el lado surrealista de momentos aparentemente insignificantes, es algo que, de inmediato, sorprende al lector. “Antonio publicó muchos cuentos en diferentes editoriales, buenas editoriales. Pero creo que era importante reunirlos”, explica Úrsula Rodríguez. “Por si fuera poco, como él corregía tanto, y corregir consistía casi siempre en suprimir (el cuento para él era como el mecanismo de un reloj), los relatos tenían a veces una última versión, que es la que él quería que viera la luz: así me lo dejó dicho. Creo que la obra de Antonio necesitaba reeditarse, reunirse, igual que Mestre dirigió una antología de toda su poesía en su momento. Y estoy muy contenta, claro está”.
Aunque Úrsula Rodríguez no es nada dada a la hipérbole, no hay duda alguna de que una edición de todos los cuentos de Antonio Pereira no debe considerse como una buena idea, sino como una obligación. Es muy justo que valoremos la gran clase literaria del autor de villafranca, particularmente en la historia corta. En el cuento. Desde Una ventana a la carretera, en los años sesenta. Como hemos escrito tantas veces, Pereira era un autor en la frontera. Leonés, berciano, pero muy galaico. De casta le venía, por su padre, ferranxeiro en tierras monfortinas, como a él le gustaba decir. Úrsula Rodríguez cree que no puede entenderse a Pereira sin Galicia. Su último cuento, ‘Bradomín’, publicado en 2008, habla precisamente de Santiago de Compostela. “Muchos críticos le dijeron que, aunque escribía en castellano, su cadencia era gallega”, tercia Úrsula. “Luego, recuerdo que leíamos algunos de sus muchos cuentos traducidos al gallego…¡cómo sonaban! ¡Y fíjate que yo soy andaluza! Pero tiene una musicalidad gallega enorme. Además estaba muy interesado en Galicia, iba mucho a Galicia. Valle Inclán, desde luego, le atraía. Cunqueiro para él es una referencia: no se explicaba por qué no fue Premio Nobel. Y otros muchos. Casares, también, desde luego”. Para Úrsula, la muerte de Antonio fue muy traumática: “piensas que eso le ocurre siempre a los demás”, dice. “Pero bueno, ahora ya han pasado tres años, y en fin, tienes que acostumbrarte con lo que hay”, concluye. Hablamos de muchas más cosas. De cómo escribía (no era nada nocturno, Pereira). De su afán puntilloso con lo escrito. De sus influencias norteamericanas. De lo que le gustaba y lo que no. Del futuro. Porque sé que Antonio Pereira estará muy presente entre nosotros muchos años. (Pendiente de una actualización)
La fotografía ha sido cedida por la Fundación Antonio Pereira (ULE)
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