3 enero, 2022
por Miguel Giráldez
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2021: LOS LIBROS DEL AÑO

 

Vásquez, O’Farrell, Trueba, Carrère, Carrasco y Martín Garzo, autores del año

Otros muchos autores aparecen en la lista final de 2021 de libros en lengua castellana, desde Bergareche a Rafel Nadal, pasando, entre otros, por Aramburu, José Ovejero, Antonio Lucas, Soledad Puértolas, Pilar Quintana, Jonathan Franzen, Daniel Ruiz, Clara Usón, Anne Boyer, Antonio Soler, Mercedes Monmany, Fernanda Ampuero, Anna Stabironets, Douglas Stuart, Ilja Leonard Pfeijffer y Nélida Piñón. Los mejores libros en lengua gallega aparecerán la próximamente.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Aunque hacer listas de cualquier cosa es una tarea extraordinariamente difícil, es cierto que los lectores suelen recibir con agrado una selección de los mejores libros en estas fechas navideñas, y, la verdad, ya se ha convertido en una tradición en casi todos los países. Sólo se trata de una opinión, informada, sí, derivada de muchas lecturas realizadas a lo largo del año, pero finalmente cada lector tendrá su visión propia y es necesario respetarla. Confiemos que los títulos que recomendamos aquí puedan servir de cierta orientación. Necesariamente, dado que el espacio es limitado, muchos títulos se quedarán fuera.

Miguel A. Giráldez (crítico literario)

Junto al que muchos críticos consideran uno de los libros del año, ‘Volver la vista atrás’ (Alfaguara), el Premio Bienal Vargas Llosa escrito por el incomparable Juan Gabriel Vásquez, una decisión que compartimos aquí, me gustaría mucho señalar un libro que creo que debe estar en los puestos altos de cualquier lista de los mejores libros de este año. Me refiero a ‘El árbol de los sueños’ (Galaxia Gutenberg), un hermoso viaje cargado de lirismo que sigue las huellas de ‘Las mil y una noches’. Un libro de relatos fantásticos, en los que se entrelaza la historia, el espíritu de la civilización, el universo de las culturas. Este libro es una joya absoluta, un derroche de imágenes, de giros, un continuo zambullirse en las aguas misteriosas de toda la historia de nuestra literatura, y un ejemplo claro de cómo la literatura nos construye, nos alimenta, nos acaricia y a veces nos golpea. Sin duda este es para mí uno de los libros del año.

Dentro del terreno de la ficción (en el que se ha dado esa explosión de la llamada ‘ficción sin ficción’, que tanto ocupó un tiempo a Javier Cercas, entre otros), quiero citar dos libros extranjeros magníficos que también la crítica ha aceptado como obras extraordinarias. El primero es ‘Hamnet’ (Asteroide), tal vez el mejor libro de 2021, al menos entre los que provienen del extranjero, aunque sé que eso es mucho decir. Maggie O’Farrell es ya desde hace tiempo una de las autoras fundamentales en lengua inglesa y esta historia, esta detallada y emotiva reconstrucción de la familia de William Shakespeare, y de la dura existencia de su hijo Hamnet, merece muchísimo la pena. Escrita en estado de gracia, con un estilo perfecto, con un registro delicado, aquí vemos cómo esa muerte prematura sacude el andamiaje familiar de Shakespeare, lo que explica cómo la fragilidad a veces nos invade y nos corroe, como la tragedia a veces nos abraza.

Mis alabanzas vayan también para ‘Yoga’ (Anagrama), de Emmanuele Carrère, igualmente aclamada por la crítica de este año. La literatura personalísima de este hombre es bien conocida, y sin duda sus seguidores son legión desde hace ya mucho tiempo. Este es un libro que habla de un viaje a sus demonios personales. Imprescindible.

Podría señalar muchos libros más, pero me limitaré, por cuestiones de espacio a unos pocos. Desde luego, no puede pasar desapercibido, y comparto la opinión de muchos colegas, ‘Llévame a casa’ (Seix Barral), lo último de Jesús Carrasco. Es uno de los grandes nombres de nuestra literatura, como ya demostró sobradamente con su debut, ‘Intemperie’, en la misma editorial.

La celebración de los cien años del nacimiento de Carmen Laforet ha merecido durante estos meses precedentes nuevos acercamientos a su novela, con la reedición en Destino de ‘Nada’. Resulta imprescindible volver a ella, esta vez con prólogo y epílogo de las últimas ganadoras del Nadal, Najat El Hachmi y Ana Merino (sus recientes novelas, por cierto, ofrecen una mirada renovada y valiente a la realidad). Muy recomendable también, de nuevo en Ediciones Destino, como es natural, ‘El libro de Carmen Laforet (vista por sí misma)’, bajo la supervisión de Agustín Cerezales: se trata de un volumen cuidadísimo, muy hermoso y que hace justicia a la mirada absolutamente contemporánea de Carmen Laforet, y a esta celebración del centenario de la escritora. Laforet sigue diciéndonos mucho sobre nosotros y sobre nuestra historia.

Ya apresuradamente, y, como siempre digo, como quien saca cerezas de un cesto y muchas de ellas se engarzan con otras, permítanme añadir algunos nombres más a esta lista tentativa de lo mejor del año. Apunten también, si les parece, ‘Los vencejos’ (Tusquets), de Aramburu, ‘Buena mar’ (Alfaguara), de Antonio Lucas (y su experiencia en el Gran Sol), ‘La ceniza de la vida’ (Destino), que nos lleva de nuevo a Pla, un prosista imprescindible, muchos de los libros de relatos (algunos de ellos con el perfume de Latinoamérica) publicados por esa editorial que destila pasión por el relato corto, que es Páginas de Espuma, ‘Los ingratos’ (Espasa), de Pedro Simón, ‘Golpes de luz’ (Destino, Xerais) de la siempre imprescindible y necesaria Ledicia Costas. También Franzen (Salamandra), Anne Boyer (Sexto Piso), Xavier Güell y Mercedes Monmany (Galaxia Gutemberg), estos últimos en clave de ensayo, con grandes análisis de la música y la literatura del exilio, y, desde luego, la extraordinaria trilogía de Rafel Nadal, esa Cataluña de la posguerra, esos títulos, ‘Cuando se borran las palabras’ (su nueva obra), ‘Cuando éramos felices’ y ‘Días de champán’., todos ellos en Destino. La recuperación de esta trilogía memorialística, de esta reconstrucción del mundo, es uno de los grandes proyectos editoriales del año.

Si contara con más espacio les hablaría de poesía, cada vez más en alza. Les hablaría también de la que para mí ha sido la mejor y más dinámica editorial en materia de ensayística contemporánea y libro político, Capitán Swing. Muchos de sus títulos son abrumadores, muy significativos en los tiempos que corren y grandes éxitos en sus países de origen. También del formidable compromiso por autores no muy conocides en España, siempre magníficamente traducidos, que llevan a cabo editoriales como Libros del Asteroide, Periférica (‘La avería’, ‘Ballena’, ‘La avenida’, ‘Un día en la vida de un virus’) y Errata Naturae (’Testamento de juventud’, ‘El olor del bosque’, en coedición con Periférica). Y no se pierdan las selecciones de poesía que lleva a cabo Gravitaciones o el vanguardismo que rezuman los increíbles proyectos artísticos de la bilbaína Consonni.

Javier Pintor (Asesor cultural, formador, crítico)

Sé que es muy difícil hacer una lista, y aún más difícil una lista en orden jerárquico, pero, en fin, esta es mi selección para ustedes, a riesgo, como siempre, de dejar fuera títulos también muy relevantes. Pero los que son aparecen son, sin duda, muy recomendables.

  1. ‘Volver la vista atrás’. Juan Gabriel Vásquez. (Alfaguara). Es para mí una novela total. Creo que lo mejor del año. Una novela de aprendizaje, sobre los lazos familiares, sobre las creencias, las ideologías. Es casi una novela río, que recorre épocas, países, con una temática amplísima, como el salto generacional, el paso del tiempo, la memoria, las ilusiones que se dejan atrás. Maravillosamente escrita, con unos personajes inolvidables.
  2. ‘Llévame a casa’ (Seix Barral). Jesús Carrasco. Podría ir en primer lugar. Es brillante. Muy evocadora y poética, y transmite una emoción importante, es una novela que te conmueve, que te sacude, algo que algunos consideran negativo a veces, pero yo no, en absoluto. Es una historia sencilla pero profunda. Con novelas así se recupera el gusto por la literatura.
  3. ‘Hamnet’ (Libros del Asteroide), de Maggie O’Farrell. Magistral y una incursión muy original en el tratamiento de Shakespeare. Hay que recomendar esta obra, una de las mejores del año.
  4. ‘Los Vencejos’ (Tusquets). Fernando Aramburu. Maravillosamente escrita, a pesar del tema duro y del personaje que puede resultar antipático, claro. Hay personajes extraordinarios aquí, porque Aramburu es un maestro en la creación de caracteres. Un ejemplo es Águeda. Bajo la apariencia destructiva, la novela es un canto a la vida.
  5. ‘Los abismos’ (Alfaguara), de Pilar Quintana. De nuevo, el universo familiar, muy importante este año, un estudio de las relaciones entre padres e hijos. Una novela introspectiva. Es una historia poderosa, que habla de cómo uno se adentra en las nieblas de la familia y de los lazos que nos atan inexorablemente.
  6. ‘Queridos niños’ (Anagrama), de David Trueba. Uno de mis autores favoritos. A partir de ‘Tierra de Campos’ hay un salto cualitativo en su literatura. Es una novela en la que se nota el manejo de los tiempos de los guionistas… Es un retrato demoledor de la política, una ‘road movie’ política, con un asesor en plena campaña… Una sátira maravillosa, sin duda.
  7. ‘Amigos para siempre’ (Tusquets), de Daniel Ruiz. Otra crítica estupenda sobre nuestro paso por el mundo. Ruiz tiene, igual que Trueba, un toque gamberro y divertido. Es la visión de la decadencia, una reunión de amigos que celebran su amistad y que cumplen cincuenta años.
  8. ‘Las primas’ (Tusquets), de Aurora Venturini. Me gusta el planteamiento, y cómo disecciona la realidad de La Plata en los años 40, su juventud allí, con ánimo corrosivo, desde luego. Todo ello dentro de una familia compuesta por mujeres.
  9. ‘Humo’ (Galaxia Gutenberg), de José Ovejero. Es un libro desasosegante, muy bien escrito, siempre a la altura de la excelente trayectoria de este autor.
  10. ‘Sacramento’ (Galaxia Gutenberg), de Antonio Soler. Recrea muy bien ambiente telúrico y tétrico de la posguerra de los años 50, [a través de la extraña e insólita historia del sacerdote Hipólito Lucena].

11.- ‘Buena mar’ (Alfaguara), de Antonio Lucas. Un autor excelente y un tema que toca muy cerca a los pescadores gallegos en el Gran Sol. Un libro que nace de la experiencia directa.

No quisiera dejar de lado en esta selección la importancia del relato, y, en particular, creo que debemos citar a la ecuatoriana María Fernanda Ampuero (‘Sacrificios humanos’, en Páginas de Espuma). Un mundo muy poderoso, violento y oscuro, fronterizo con el terror. En esa línea de la literatura salvaje también recomendaría ‘Esbirros’, de Antonio Ortuño, también en Páginas de Espuma.

Hay un ensayo, ‘La furia de la lectura’ (Tusquets), de Joaquín Rodríguez, que merece mucho la pena. Ironiza sobre la importancia que dedicamos a la lectura en nuestras vidas.

Mercedes Corbillón, (Cronopios, Santiago y Pontevedra)

Siempre quedan cosas por leer y las listas de final de año son siempre segadas, pero con razón o sin ella podemos echar la vista atrás y refrescar las lecturas que más nos han gustado. Por mi parte, disfruté mucho con un buen puñado de novelas, lo último de José Ovejero que salía en enero, ‘Humo’ (Galaxia Gutemberg), una novela ligeramente distópica, bellísima y angustiosa, escrita con una prosa brillante que la literatura, en el gran sentido, sea la gran protagonista. No falla nunca mi admirada Clara Usón, que con ‘El viaje de las palabras’ (Seix Barral) experimenta, como ella acostumbra y mezcla las cuitas de una joven castellana en crisis emocional por un aborto provocado y la historia de la familia de Chéjov, todo con originalidad y maestría.

Como soy muy de Vilas, he subrayado cada página de ‘Los besos’ (Planeta), una novela sobre el amor cuando uno ya hace mucho que fue joven, y escrita con el estilo personalísimo del autor de Ordesa que tiene una mirada poética sobre todas las cosas, puede ser un ósculo o una manzana.

Me he enamorado del protagonista y cínico narrador de ‘Queridos niños’ (Anagrama), la novela de David Trueba que recorre con sus personajes los lugares de una campaña electoral, los físicos y los intelectuales, donde los políticos y sus asesores nos ven como a criaturas maleables.

Una novela deliciosa que no me he cansado de recomendar es ‘Los días perfectos’ (Libros del Asteroide), de Jacobo Bergareche, se degusta como un caramelo, dulce y efímero como los días felices de la pasión.

De las que vienen de otros lugares me quedo con ‘Hamnet’ (Libros del Asteroide), la gran sorpresa del año, un superventas de altísima calidad que convierte en personaje a la familia de Shakespeare.

‘Las gratitudes’ (Anagrama), de Delphine de Vigan es una historia preciosa sobre las relaciones emocionales y vinculantes más allá de la familia.

‘Tienes que mirar’ (Impedimenta), de Anna Stabironets, un relato estremecedor sobre lo que se encuentra una mujer y su pareja cuando se ven obligados a abortar por razones de salud en Rusia.

‘La historia de Shuggie Bain’ (Sexto Piso), de Douglas Stuart está en lo más alto de mi lista. Un novelón duro y emocionante basado en la historia real del autor que narra el amor de un hijo a una madre hermosa y derrumbada por el alcohol en los barrios periféricos de Glasgow en los tiempos duros del Tatcherismo. ¡Imprescindible!

Paco López-Barxas (Escritor e xornalista)

Os libros máis destacados este ano, na miña opinión, abranguen sobre todo o xénero do ensaio. Foi sen dúbida un gran ano para o ensaio. Un xénero do que elixiría dous títulos en castelán:  ‘Morderse la lengua’, de Darío Villanueva (Editorial Espasa) e ‘¡Qué bello será vivir sin cultura!’, de César Antonio Molina (Destino).

Son dous ensaios que navegan pola historia dos libros como transmisores de cultura, como reflexión arredor dos avatares da fala e das linguas, como constatación das ameazas que proveñen do mundo dixital, as redes sociais e as novas tecnoloxías.

Na ficción, en castelán, elexiría en primeiro lugar ‘Cuarteto’ (Anagrama), de Soledad Puértolas, catro relatos que de maneira clásica nos falan de amor, ausencias e reencontros.  Moi interesante e pracentera foi a lectura de ‘Un día llegaré a Sagres’ (Alfaguara), de Nelida Piñón. Unha das máis grandes escritoras en lingua portuguesa, unha fábula épica na tradición dos grandes navegantes lusos. E por suposto, penso que é de obrigada lectura ‘Yoga’, de Emmanuele Carrère (Anagrama).

Polo que respecta aos clásicos, e dentro das reedicións con motivo do centenario de Emilia Pardo Bazán, é inevitable lembrar a recomendable lectura dunha escolma de relatos de carácter feminista, agrupados baixo o título dun dos seleccionados: ‘El encaje roto’ (Contraseña Editorial). Unha edición prologada por Cristina Patiño Eirín.

Esther Gómez (Librería Moito Conto, A Coruña)

He aquí una lista de los ocho mejores títulos del año que ahora termina en castellano, ya sean originalmente en esta lengua o traducciones.

  1. ‘Hamnet’. Maggie O’Farrell con la estupenda traducción de Concha Cardeñoso. (Asteroide)

Una ficción que la escritora construye a partir de la tragedia que sacude la vida de William Shakespeare con la muerte de uno de sus hijos. El personaje de Agnes la esposa del dramaturgo en la historia, la fuerza narrativa para contar los vínculos familiares, el papel de las mujeres en la época y la maestría de O’Farrell llevando al lector en dos tiempos que confluyen en un final teatral y emocionante, hacen de Hamnet un libro intemporal que llena de sensaciones la experiencia lectora.

  1. ‘Yoga’. Emmanuele Carrère. (Anagrama)

Soy fan absoluta de Carrère y de sus narraciones en primera persona que rebosan literatura. Yoga es su libro más personal que inicia con un retiro para la meditación pasando por lo que ocurre en su intimidad introduciéndonos en su aguda depresión y sus demonios interiores y trasladándonos a una isla griega en la que escribe sobre los chicos migrantes sin futuro. Yoga es un libro que no deja a nadie indiferente. Me encanta como juega con los lectores, es imposible saber lo que es realidad o pura ficción.

  1. ‘Volver la vista atrás’. Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara)

A través de las historias familiares del cineasta colombiano Sergio Cabrera, Vásquez nos ofrece la magia de la ficción en una novela de acontecimientos y emociones acompañando a una familia a la que la política ha condicionado sus vidas.  ¡Y qué vidas! Dan para varias novelas.

  1. ‘Encrucijadas’. Jonathan Franzen (Salamandra)

Un pastor en una iglesia progresista en un barrio residencial en Chicago en los años setenta su esposa y sus hijos son algunos de los protagonistas de la última novela de Franzen, uno de los mayores placeres lectores del año. El escritor crea y hace crecer a sus personajes como ningún otro.

5.’ Grand Hotel Europa’. Ilja Leonard Pfeijffer (Acantilado)

Una gran obra en la que se mezcla el pasado y el presente de Europa con una mirada hacia el futuro, en una autoficción en la que el autor se refugia en el Grand Hotel para escribir sobre su fracaso amoroso, uno de los hilos conductores del libro. Rodeado de personajes estrambóticos y con una prosa irónica que pasa por el ensayo cultural y el reportaje, Pfeijffer combina la aventura, el arte, el erotismo, la vieja cultura europea y la ambición china. Un libro que he disfrutado íntegramente, y no me canso de recomendar.

  1. ‘Desmorir’. Anne Boyer (Sexto Piso)

La poeta Anne Boyer recibe la noticia de que sufre un cáncer de mama de pronóstico grave cuando tiene poco más de cuarenta años. La crisis inicial que supone esta noticia lleva a la autora a escribir un libro de memorias que se escapa de la memoria personal y se convierte en universal, las reflexiones sobre la salud y la enfermedad en nuestra sociedad resultan conmovedoras con un tratamiento muy humano que sacude nuestro mundo capitalista. Un ensayo-joya muy recomendable.

  1. ‘No-cosas’. Han Byung-Chul (Taurus)

El filósofo especialista en libros breves que habla de lo que ya sabemos todos pero consigue plantearlo de un modo que nos obliga a repensarlo. Afronta en este ensayo la desaparición de los objetos y lo material y nos sitúa en este mundo cada vez más intangible en el que nada es sólido. La obra de Han contra el mundo moderno da lugar al pensamiento y al debate. Igual de admirado que de criticado…. Cada vez que publica todo el mundo lo quiere leer.

  1. ‘Cómo guardar ceniza en el pecho’. Miren Agur Meabe. (Bartleby Editorial)

La obra original en euskera, que ha recibido el Premio Nacional de Poesía está dividida en seis partes durante las cuales la autora se sitúa en asuntos de gran interés como la inmigración, los crímenes contra las mujeres, la pérdida de los seres queridos, la memoria en su conjunto. Una de las alegrías del año es que Bartleby haya traído este poemario al español, las palabras de Meabe son duras y cálidas a un tiempo y quieres quedarte en su obra.

17 marzo, 2020
por Miguel Giráldez
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ENTREVISTA CON EDUARDO SACHERI

ENTREVISTA / EL CORREO 2

 

Eduardo Sacheri, escritor

 

“Me pregunto el porqué de esta carrera por la corrección política”

 

El escritor argentino, con orígenes familiares en O Rosal, publica en Alfaguara su nueva novela, ‘Lo mucho que te amé’, un viaje al interior de una familia acomodada en tiempos de Perón

 

Texto: José Miguel Giráldez

 

Cuatro años después me encuentro con Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967). Acaba de llegar A Coruña para promocionar su nueva novela, y mis recuerdos vuelan hasta 2016, cuando ganó el Premio Alfaguara con ‘La noche de la usina’. Por entonces se preguntaba si el título del libro, difícil de comprender quizás en España, sería un obstáculo. Pero pronto se vio que no, y, en cierto modo, la rareza de usar ‘usina’ para decir central eléctrica, una palabra fosilizada en Argentina, a partir del francés, funcionó como una curiosidad. Hoy, la novela puede verse en la gran pantalla, porque los Darín y otros la han convertido ya en película: ‘La odisea de los giles’.

Esa es otra de las características de Sacheri. El cine se fija en sus textos. Por lo que sea, sus novelas atraen a directores y productores y, me dice entre risas, estupendo si eso sigue pasando. Van ya tres novelas convertidas en películas, empezando por aquella, ‘El secreto de sus ojos’, de Campanella, que en cierto modo fue la que le puso en el mapa global de la literatura. El éxito ha ido llegando, sin demorarse demasiado. Con tranquilidad, sin aspavientos, Sacheri va construyendo una literatura sólida, en la que se nota su pasión por la Historia. Parece contento. Hoy es ya un autor muy conocido, porque algunas de sus novelas han sido traducidas a muchos idiomas. Y luego está ese empuje indiscutible del cine, aunque, confiesa, él no escribe pensando en la pantalla (por mucho que pueda participar en el guión, como ya ha ocurrido). “Una novela es una novela. Luego, si alguien viene y quiere hacerla película, encantado”, dice, casi recién llegado de Argentina, con una nueva historia bajo el brazo.

La historia es ‘Lo mucho que te amé’, también publicada por Alfaguara. La trama se sitúa en la Argentina de Perón, y ya hemos dicho que para Sacheri el contexto histórico es muy importante. Las imágenes que nos llegan, como lectores, tienen esa pátina del tiempo, cuando apenas contábamos con cinco o seis años. Los protagonistas de la novela debaten de política como si debatieran de fútbol. Sacheri se ríe: quizás no hemos cambiado tanto. Y la novela es coral. Una familia que se ha ido enriqueciendo con el negocio de los muebles, cuatro hijas, cuatro, que viven sus amoríos y las limitaciones impuestas por el orden familiar, cuatro hijas que nos muestran a sus maridos o novios respectivos. Todo muy doméstico, una proyección de cómo se construía la vida familiar en aquella época. Hasta que, de pronto, esa estabilidad quizás frágil, sostenida sobre los cimientos de la tradición y la costumbre, se tambalea. Basta una sugerencia de Mabel a su hermana Ofelia, la que cuenta la novela en primera persona. Basta una frase para desatar el vendaval. La sugerencia de que pueda estar enamorada de Manuel, el novio de la hermana pequeña. Ese apunte, esa frase, envenena la vida, la tuerce y la confunde, sin abandonar el secreto. Ofelia Fernández Mollé entonces, rompe con el orden establecido, rompe con la mecánica de los afectos, y se lanza a un enamoramiento inesperado que agita toda la novela.

‘Lo mucho que te amé’ es un título que tiene cierto sabor de novela romántica, ¿no? Claro que no podemos olvidar que es una historia de amor.

Bueno, cómo te diría. Creo que el gran riesgo de esa novela es la sensiblería. Caer en el melodrama. Espero que no me haya ocurrido. Me consuelo pensando que cualquier persona, en la soledad de sus pensamientos, corre el riesgo de caer en la sensiblería. Porque el amor nos conduce a esas profundidades solemnes, ya sabes. La novela es básicamente lo que piensa Ofelia. Y creo que pensamos como ella, pensamos sabiendo que no vamos a ser escuchados, salvo por nosotros mismos.

Aunque sean argumentos muy diferentes, ¿hay parecidos entre ‘La noche de la usina’ y esta última novela?

Tal vez en ambos (y creo que también en los otros libros) se cuela mi forma de ver mi vida. Uno vive preguntándose por el bien y el mal. Te preguntas por lo que consideras justo. Y por los enormes conflictos que surgen con eso. A medida que nos volvemos adultos descubrimos lo esquivo de nuestro comportamiento moral. Pronto nos damos cuenta de que es muy difícil saber qué es lo que está bien. En mi novela anterior las dudas estaban en lo público: si algo era delito o no, si algo debía hacerse o no. Aquí es algo más personal, más íntimo.

La novela habla de los años 50 y 60 en Argentina, pero ese sentimiento de estar quebrando la moral ha vuelto. Pero como algo limitador. En general, han vuelto los tiempos puritanos, algo con lo que creo que no contábamos. Y de manera especial en el mundo del arte.

No hay una conexión voluntaria con el presente, no la hubo a la hora de componer la novela. Pero vivo preguntándome qué pasa con esta carrera desesperada por la corrección política. Me pregunto qué lugar vamos a dejarle al arte, si seguimos así, empeñados en no quitar los pies del plato. Así como uno ve un montón de reivindicaciones que comparte, al tiempo detecta una sobreactuación puritana, hay gente defendiéndose de ejercicios puramente intelectuales. Como si el arte no fuera algo que se basa en la provocación, en agitar la conciencias.

Lo que pasa es que la moral es mucho más tranquilizadora y fácil de construir desde la simplificación. Y hay mucho maniqueísmo y simplificación. No se puede reducir todo a la división entre el bien y el mal, sin matices.

Efectivamente, ese es el gran problema. Se prescinde, por ejemplo, de la historicidad. En Argentina es pavoroso ver el anacronismo con el que se juzgan diversos pasados. Se pone a todo el mundo en relación con lo que se piensa ahora. Y eso puede convertirse en algo profundamente autoritario. Llevarme la novela a los años 50 y 60 tenía que ver con sacarnos del medio todo este batiburrillo actual, liberarnos de todo esto.

Recuerdo a Perón, entre brumas, y su estancia en España, porque coincidió con mi infancia.

Sí, Perón regresa a Argentina en el 73.

En efecto. Tengo las imágenes de la prensa, de las revistas de hueco. A pesar de que era muy pequeño algo me acuerdo. Tú usas ahora ese escenario, aquel momento, y usas la polarización política, que, por cierto, ha vuelto con fuerza.

Me interesaba mucho esa época. Yo no lo viví, nací casi en los setenta, pero está claro que, a la hora de retratar la vida cotidiana de una familia, que es lo que ocurre en ‘Lo mucho que te amé’, había que hablar de la política. En esos tiempos no había margen para no opinar. O se estaba en lado del peronismo o del lado contrario. En esta familia, lo más lógico es que estuvieran en este último caso. Hoy la discusión se cimenta en Argentina de manera parecida. Aquí, en España, me parece que hay una superposición de polaridades, por decirlo así. Para hablarlo desde fuera, es interesante. En Argentina, sin Perón, tenemos una discusión política semejante a la de aquella época. En mi país todas las discusiones de política parecen de fútbol, y viceversa. Aunque en realidad, parecen más bien discusiones de religión.

La novela, sin embargo, es potente por el microcosmos familiar. Al final, descubrimos que las vidas personales son más importantes que todo lo demás. Incluida la política. Aquí asistimos al interior de una familia de la época, a la construcción de los afectos, a la rotura de un sistema moral.

Las vidas de las personas están cruzadas y marcadas por la Historia. Pero hay una dimensión propia, cercana, que está relacionada con lo que vives cada día. Tiendo a creer en la importancia de los pequeños mundos. Me parece que la familia era así entonces. La familia funcionaba como una persona colectiva, incluso en los 70. Definía tu forma de pensar. Puede que hoy lo individual tenga unos márgenes mayores. Esta es una diferencia clara con respecto al pasado. Pero, por entonces, la familia te dirigía hacia una forma de pensar y era difícil evitarlo. La conducta individual estaba en función de la idea general de la familia, y, sobre todo, del buen nombre de la familia. Esa especie de dignidad y buen nombre que no se podía mancillar. Y lo que no se podía evitar, si había discrepancias, tenía entonces que ocultarse, hacerse secreto. Yo mi nutrí para esa novela de mi propia familia, siempre te nutres de lo que conoces. En realidad, yo también provengo de aquí. Sabes que mis antepasados procedían de O Rosal, ahí mismo, al lado del Miño. Esos son mis orígenes. Así que también son mis influencias.

El padre, en esa época de papeles muy marcados en las familias, donde todo estaba dividido, contempla cómo llegan los novios y maridos de sus hijas, cómo se va construyendo la nueva generación, que heredará el negocio y todo lo demás. No parece muy activo en el control de las hijas, eso parece que queda más para la tía Rita, que ejerce una vigilancia casi policial.

Bueno, sin duda era un papel, el del cuidado y el control de los hijos, que estaba mucho más destinado a las mujeres en aquel tiempo. El señor Fernández Mollé tiene que construir su pequeño imperio. Pero las mujeres deben procurar que no sólo los admiren por su dinero, sino por la correspondiente moralidad que debe llevar aparejada, por el buen nombre de la familia, como decía. Es la edificación de un apellido. Como edificar una casa. Para el padre, las hijas deben prepararse para subir un peldaño más en la construcción familiar, no piensa en que deban emanciparse. Por eso ha querido que las más jóvenes estudien.

Construir tantas voces femeninas, y, sobre todo, la de Ofelia, y en primera persona, no habrá sido tarea fácil.

Tuve que cambiar toda la novela y reescribirla en primera persona. No era esa la idea al principio. Ya en el primer capítulo todos los personajes que van a aparecer después están presentes. Y desde el primer capítulo supe que Ofelia sería el personaje central, pero no me atrevía a escribir con la voz de una mujer. Me resistí a hacerlo. Pero hubo un momento en el que pensé que ya la conocía muy bien y que podía convertirme en ella. Temía que me acusaran de que yo era un hombre utilizando la voz de una mujer…

Bueno, pero eso ya está en Flaubert, porque Madame Bovary era él…, y en tantos. Vamos, que no es novedad.

Ya, pero Flaubert no está disponible en Twitter. Lo cierto es que no me quería privar de eso. Para empezar, somos seres humanos, así que, por Dios, tal vez no debería haber problema con que se nos permitan ciertas metamorfosis artísticas… No me animé a usar la primera persona (de Ofelia) hasta que pasé del capítulo cuarenta. Las mujeres a las que consulté lo encontraron todo muy natural.

Como escritor bien tratado por el cine, haces que tus personajes vayan a ver películas todo el rato. Ven los grandes estrenos de la época.

El cine nos educó en otra sensibilidad. Influyó en nuestra manera de relacionarnos, y también en nuestra manera de enamorarnos. Yo aprendí en el cine cómo besar a una mujer. Con los libros, nos enseñó un modo de vivir el mundo. Yo necesitaba un ámbito de socialización juvenil en el que no estuviera la mirada de los padres, sobre todo el control de los tiempos de las chicas. Así que estas salidas grupales al cine me parecían adecuadas para la trama. Pero reflejan, claro, un entretenimiento muy de aquella época. El cine, es, además, el territorio común entre Manuel y Ofelia, el lugar de la afinidad.

La mentira, aquí, también construye la realidad.

Bueno, el secreto recorre toda la novela, sin duda. La vida es así: cuántas cosas no nos habrán sucedido por no haber dicho una palabra, por ejemplo. O por decirla. Así de azarosa es la vida.

15 febrero, 2019
por Miguel Giráldez
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Carlos Zanón nos trae a Pepe Carvalho

Quince años después

Carlos Zanón, (Barcelona, 1966) ha acumulado en no demasiados años una carrera asombrosa como escritor, particularmente en el universo de la novela negra. No es su único género, pero sí en el que ha sido reconocido en múltiples ocasiones por la crítica: la última vez con el Dashiell Hammett, en 2015. Ahora, envuelto en la gran aventura de BCNegra, tras ser elegido como nuevo comisario de la muestra literaria en el lugar de todo un mito, el desaparecido Paco Camarasa, Zanón parece haber encontrado el lugar y el momento para recordar a aquellos a los que no quiere olvidar nunca. Uno, desde luego, el propio Paco Camarasa, que creyó ver en él un digno sucesor para intentar la secuela de Pepe Carvalho. Otro, el padre del viejo detective, que para Zanón, y para varias generaciones de escritores, es un símbolo absoluto de la literatura del ‘noir’ (“y de otras muchas cosas”, me dice: “porque Manolo Vázquez Montalbán reunía en sí mismo una potencia literaria y periodística extraordinaria, tenía una fabulosa intuición”.

Han pasado quince años desde que Montalbán nos dejara para siempre en aquel aeropuerto de Bangkok, y muchos más desde que Carvalho apareciera por primera vez como personaje en ‘Yo maté a Kennedy’, aún con Franco vivo, en 1972. Todo ese mundo que nace desde la humildad y los barrios de clase obrera, esa perpetua rebelión que supone la lucha por la vida, no es ajeno al propio Carlos Zanón, que se encuentra muy bien en las tramas donde se ponen sobre la mesa causas sociales, donde se dibuja el esfuerzo de los desfavorecidos por superar las injusticias que a menudo se cruzan en sus vidas. Zanón recoge un Carvalho lleno de autenticidad, pero envuelto en su lenguaje, que tiene un poderoso eco de lirismos iluminados en la noche, y un deje de estilo que nos recuerda al Leopold Bloom de Joyce, describiendo la ciudad, los vivos y los muertos, con frases sueltas y aparentemente inconexas, frases que brillan de pronto, todo a través de ese laberinto que es el propio cerebro, pues ahí encuentra Zanón frases prodigiosas, en el monólogo interior, dibujando Barcelona como Joyce hacía Dublin. Son novelas de mapas emocionales. Carlos Zanón quiere contar Barcelona, esta, la de ahora, la turbulenta, que él conoció de otra manera. Y quizás por eso, reconoce, su novela anterior, ‘Taxi’, era un viaje, un viaje urbano, una odisea. Y un recuerdo a su vida, a su padre, y a los taxistas más próximos.

Carvalho se enfrenta entonces a ser él sin las palabras de su creador. Deambula en busca de autor, y menos mal que se ha encontrado al gran Zanón. Palabras no le van a faltar. Carvalho ya no tiene a Montalbán, pero sí si soledad, sus amores difíciles, sus contradicciones y esa pasión por la comida que ahora ya no puede comer. Le encuentran una enfermedad, Carvalho se mueve aún como un barco poderoso con la adecuada carga de zozobra. Lo que decía Vázquez Montalbán: “la vida es magia porque no sabemos los trucos”. Y aquí, lo que imagina Zanón, no es sólo el despertar de Carvalho, sino el morbo de colocarlo ante este mundo que nos toca vivir. A Montalbán le hubiera gustado. Le hubiera gustado verlo. “Muy a menudo me pregunto qué pensaría El Escritor de esto y de aquello. ¿Qué diría de todo esto que sucede ahora en esta ciudad, en este país, en este mundo al que, supuestamente, se le había acabado la Historia…? Todo ha cambiado. El paisaje también. Las tabernas de tapas que regentan los chinos. Y mucha gente que se llama a sí misma ‘hombre en desguace’. Una categoría de la propia destrucción, una descripción del derrumbe.

Hablo con Zanón de todo esto y concluye, con esa claridad mental que tiene a la hora de entender los momentos de la literatura, que la identidad recuperada de Carvalho sólo es un regalo temporal. Está, en modo desguace, descendiendo hacia los últimos puertos de la noche. Carlos Zanón nos lleva de Madrid a Barcelona, entre recuerdos de putas tristes, amantes despechadas y esa Novia Zombie. Lo fantasmagórico nos asegura la permanencia en el tiempo. Carvalho ha regresado para verlo. El caos, el sindiós, la confusión. Y su identidad no encuentra consuelo en la amnesia generaliza. Su identidad, su forma de atarse al mundo ahora, sin el guión del viejo maestro, nos anuncia que nosotros, tal vez, hemos perdido también todos los papeles del viejo guión que nos habían escrito. La identidad es el gran tema que sobrevuela esta estupenda novela, la identidad que flota y tal vez se evapora, y también la que va bajo las capas de la tierra, a la búsqueda de los escondidos fluidos de la primavera.

Carlos Zanón, construido como escritor a través de largos años (“me costó mucho, muchísimo, publicar, casi dos décadas”), parece satisfecho. Que le hayan entregado la hermosa posibilidad de continuar alimentando la colosal figura literaria Carvalho ha supuesto, al tiempo que enfrentaba la desaparición de Paco Camarasa, todo un reencuentro con el gran maestro del periodismo y la novela negra, entre varias cosas más, que era Vázquez Montalbán. Hubiera preferido que nunca hubiera tenido que ocurrir, pero la muerte se lo llevó de improviso y ya no pudo contar esa Barcelona de hoy. A cambio, nos entrega una novela, que, como se ha dicho, es muy de Zanón, con todas las marcas de ese estilo de frases que él encuentra en algún lugar del cerebro, frases que le diferencian de otros ´noir’, una vieja emoción de palabras y novelas de otro tiempo reinventadas con aire modernista, aireadas en las corrientes mediterráneas que aligeran el paso por Barcelona, mientras pasan los taxis, con la gente diversa del mundo, y mientras pasa la historia, enseñando lecciones, dejando al final la marca de los últimos zarpazos. En la dedicatoria, Zanón me escribe: “Bloom for ever’.

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Carvalho. Problemas de Identidad. Carlos Zanón. Editorial Planeta. 347 págs. 20 €

1 diciembre, 2018
por Miguel Giráldez
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Entrevista con Rosa Montero (Los tiempos del odio, Seix Barral)

“Ya estamos en los tiempos del odio”

(Madrid, 1951) Rosa Montero acaba de sacar a la luz la tercera entrega de su heroína favorita, Bruna Husky, que anoche presentó en Compostela, en un acto organizado por el Ateneo de la ciudad. En un ambiente futurista, en el Madrid del año 2110, ‘Los tiempos del odio’ (Seix Barral) narra a lo largo de exactamente cuatrocientas páginas la búsqueda desesperada de Lizard, un policía desaparecido sin dejar rastro. Pronto llegarán noticias del peligro inminente que se cierne sobre los habitantes de un planeta que sufre convulsiones de poder, luchas tecnológicas, desabastecimiento de agua y lugares cercados por una polución asfixiante. La desigualdad no deja de aumentar, pero el dinero sigue siendo un arma poderosa, como la propaganda. Rosa Montero logra aquí una distopía ‘noir’ que hará las delicias de los amantes del género, pero que también avisa sobre las grandes amenazas del presente, como el reto que tienen por delante las democracias ante el aumento de la intolerancia y la intimidación.

Texto: J. Miguel Giráldez

Rosa Montero, en esta tarde oscura en Compostela, que ya anuncia el invierno inminente, llega con una novela que tiene mucho de aviso y de metáfora. Pero no por eso deja de ser un viaje fascinante al futuro, un viaje cargado de detalles asombrosos, de construcciones tan creíbles como extraordinarias, de personajes de todo pelaje y condición, desde el género humano al alienígena, pasando por la robótica en todas sus formas, los replicantes en sus diversos estilos, y demás criaturas que pueblan un futuro no tan lejano. Así, se advierten miedos que ya hoy se atisban: el agua que escasea y con la que se negocia con crudeza, el cambio climático que ha distorsionado la vida de la gente, la polución, que marca las fronteras del planeta, y que los pobres sufren mucho más que los ricos. Es un paisaje que Rosa Montero encuentra “absolutamente realista”, donde prima la coherencia y el respeto a la ciencia, una de las grandes pasiones de la escritora. La novela es, en fin, un artefacto bello, con estéticas futuristas o decadentes, según los casos, con un despliegue asombroso de elementos tecnológicos, como no podría ser de otra manera, pero, al tiempo, muestra la cara más peligrosa del poder y de la propia tecnología, el avance del autoritarismo y el dogma, y, sobre todo, la necesidad del amor para sobrevivir.

Bruna Husky siempre vuelve en la vida de Rosa Montero. Y ahora lo hace con más fuerza, si cabe. Quizás no muchos saben que Bruna fue el nombre de una de tus perras, que a su vez tomó el nombre de la primera perra de Julio Llamazares… Y luego adoptaste ese nombre en las redes sociales. Y tanto te gustó, que llamaste así a tu replicante.

Efectivamente. Todo eso es así. No es que yo sea igual a Bruna Husky, pero tenemos elementos en común. Lo que pasa es que ha ido madurando conmigo, y eso lo he notado mucho escribiendo esta tercera novela [de la serie]. Hay aquí un montón de hilos que ya estaban antes, aunque, como sabes, las novelas de Bruna Husky pueden leerse independientemente. Creo que en esta novela el mundo Bruna tiene ya una naturalidad que me ha atrapado a mí misma. Va ya con una especie de furiosa armonía, a toda velocidad, hasta llegar a un final sorprendente, que yo quería que tuviera el aire de una sinfonía. Me he sentido muy emocionada escribiéndola.

Hay mucha acción y mucha intriga, pero también pesa mucho el lado íntimo de los personajes.

Desde luego. Es lo que quería hacer. Es una novela con mucha acción, sí, es una novela política, pero está lo individual frente a lo colectivo. Lo íntimo es muy importante aquí, en efecto, y creo que esta mezcla funciona bien.

Te has acostumbrado a un personaje que ha vivido contigo. Y eso que ella sabe la fecha exacta en la que debe morir, y va contando el tiempo que le queda. Es una replicante programada para morir. ¿La sientes muy tuya?

Bueno, como te dije, no en todo. La similitud esencial es la existencial. Me parezco a ella en la obsesión por la muerte. Los humanos no piensan en eso, se olvidan, salvo un par de neuróticos como Woody Allen y como yo. Yo de niña tenía crisis de angustia. Por eso hice Psicología. Pero esto tiene un lado bueno, y es que te da un sentimiento muy grande de estar vivo. Como dice Bruna, hay que ver cómo desperdiciamos los humanos el tiempo. Yo no me ha aburrido en mi vida, de verdad. Me encantaba estar viva. Y Bruna Husky vive eso, pero muy amplificado porque sabe el tiempo que le queda. Sin embargo, no me siento nada cercana a ella en la gestión de las emociones. Es muy cobarde emocionalmente. Tampoco era capaz de aventurarse al amor… hasta esta novela. También es cierto que el amor nos hace vulnerables, nos pone en riesgo. Pero sin amor, estás muerto en vida. Sin amor, no merece la pena vivir.

‘Los tiempos del odio’ parece una novela difícil de escribir. Muchos personajes, escenarios, idas y venidas… ¿Cómo se escribe algo así?

El año que viene se cumplirán cuarenta años de mi primera novela. Con esto quiero decir que una va aprendiendo… La novela es un género de madurez. Siempre desarrollo el argumento con muchas notas, en cuadernos. También en la cabeza. Soy muy arquitectónica. La estructura me importa mucho. Así que hago mapas, diagramas. Hago diversas combinaciones de capítulos, eso también. Y todo esto antes de escribir ningún capítulo, aunque siempre tienes en mente esas perlas de luz, así las llamo, que sabes dónde van a ir, más o menos, y que son fundamentales. Una novela es un bicho vivo hasta el final.

Entre esas perlas de luz, está la inicial. Esa en la que Ángela se arranca un tatuaje (es decir, se arranca una tira de piel) y lo envía a alguien por un robot mensajero. Es un comienzo potente, en mi opinión.

Sí, es una de esas escenas. Pero no creas, esta escena no estaba al principio, aunque sí tenía la idea, desde luego. Decidí ponerla al comienzo, después.

Las distopías viven ahora un notable auge literario, no sólo las que se escriben en el presente, sino algunas clásicas. Así son estos tiempos orwellianos.

Es una etiqueta en alza, es verdad. A menudo se interpretan como avisos catastrofistas de lo que nos puede suceder si no cambiamos… Yo creo que mi libro es realista. Aquí dibujo un mundo posible y hasta probable. Ya estamos en un período transhumano. Ya vivimos en los tiempos del odio. Incluso te diré que el mundo de Bruna tiene cosas mejores que los tiempos actuales: ya no hay sexismo, los animales están mejor tratados, hay más conciencia de la continuidad orgánica… Pero eso sí, ha empeorado mucho el asunto del cambio climático y la contaminación. Estoy preocupadísima, esa es la verdad. Estamos en un momento de involución. En riesgo de perder logros democráticos conseguidos con gran dificultad. Corren tiempos ultras por el mundo. Hay un descrédito de la democracia, ganado a pulso… sí. Vemos la hipocresía y la mentira. Hace diez años, cuando empecé con Bruna, ya veía esto. Pero no ha dejado de empeorar. Creen que la falsa pureza del dogma les va a salvar. Esa es la gran manipulación. Así que creo que hay que refundar la democracia. No se puede tragar con todo lo que se traga, con esa desfachatez que tienen a veces las democracias modernas.

La tecnología parece la solución. Pero gran parte del dogma y la intimidación llega por vía tecnológica.

Sí, claro. Es una especie de chantaje lo que hay. De linchamiento. Se está alterando la opinión pública, se manipula la realidad sin cesar. También creo que ahora tenemos más posibilidades de contrastar, pero no lo hacemos. Me parece que queremos ser engañados. Sólo queremos que nos reafirmen en nuestras ideas. Y si oyes tres veces una cosa, te la creerás.

6 noviembre, 2018
por Miguel Giráldez
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Julio Llamazares visita la Fundación Seoane en A Coruña

Esta fue la entrevista que hace una década, en 2008, publicamos con Julio Llamazares sobre su primer libro en trono a las catedrales, ”Las rosas de piedra’. Mañana presenta en la Fundación Seoane de A Coruña (20.00 horas), de la mano del columnista Miguel Giráldez y del agente cultural Javier Pintor, su continuación, ‘Las rosas del sur’ (Alfaguara).

Julio Llamazares: “Las catedrales, más que edificios, son sueños, son las cajas negras de la historia”

 Texto: José Miguel Giráldez

Llega el Llamazares del viaje y las emociones. Tras su último libro periodístico, ‘Entre perro y lobo’, el escritor leonés publica ‘Las rosas de piedra’, un viaje al interior de nuestra historia y de nuestras catedrales. De vez en cuando, el gran Julio Llamazares regresa. Siempre está ahí, por supuesto. Con sus noches, y con sus veranos. Y con sus ríos olvidados, y con las casas que yacen, esqueléticas, bajo las aguas del pantano. Y con los recuerdos. Julio es un inmenso trozo de infancia entre montañas. Y entre la nieve. Puedo entender eso muy bien. Claro que puedo. Viví esa misma infancia, y esa misma nieve, a no muchos kilómetros de Vegamián. Hoy el pueblo no existe. Como otros muchos, duerme bajo el agua, y bajo el peso de los años. Y bajo las sombras azules de la memoria. Pero hay otro Julio que va más allá de ese tiempo anegado. El Julio de las calles del pueblo, de las eras, de las riberas del río. El Julio de los perros, o de los lobos, que ladran a la luna. Aquellas noches de luna clara y bosques negros, de nieve refulgente en los caminos, de soledades inmensas. Aquellas nevadas que no volverán.

 

Volver a la Memoria de la nieve o a La lentitud de los bueyes es toda una experiencia. Se trata de dos poemarios que, sin duda, construyen la poética fundamental de Llamazares y nos preparan para su obra en prosa. Luna de lobos será su gran obra, inspirada en narraciones que conoció de primera mano, y que él convirtió en literatura de primerísima calidad. Para no pocos críticos, Julio Llamazares es uno de esos escritores imprescindibles de los que no podremos desprendernos jamás. Es cierto que, tras el éxito editorial sin precedentes de La lluvia amarilla, una de las novelas más aclamadas por su profundísima hondura lírica, Llamazares inició un periodo en el que se fue separando paulatinamente de la ficción para acercarse al paisaje, a los viajes, ahora de una manera más realista, pero no menos lírica. El río del olvido, sobre el Curueño, Tras-os Montes (su afición portuguesa, hay que reconocerlo, siempre ha estado ahí), y el Cuaderno del Duero son algunos ejemplos. En ningún momento abandonó el periodismo y el reportaje, género en el que es un consumado maestro. Recordar ahora En Babia, su primer volumen dedicado a las columnas y a los trabajos publicados en los periódicos, es siempre muy necesario. Pero hace apenas unos meses veía la luz Entre perro y lobo, otro volumen periodístico, publicado, como casi siempre, en Alfaguara. “El título es una expresión francesa”, dice. “Entre chien et loup se refiere al crepúsculo, a ese momento que hay entre el atardecer y la noche que está a punto de llegar. Pero también creo que yo soy así. Un poco entre el perro y el lobo. Un poco a caballo de la realidad y la ficción, de lo doméstico y lo salvaje. Siempre fui así, en realidad, y al releer ahora los artículos para su publicación en forma de libro, llegué a esa misma conclusión. Estoy en medio del periodismo y de la literatura, estoy domesticado, pero aún no lo suficiente. Estoy, sin duda, entre el perro y el lobo”.

Este libro resume veinte o veinticinco años de periodismo. Son muchos. Los años de Julio Llamazares en Madrid, dedicado en exclusiva a la creación y a las emociones. Los años de Julio lejos de León: aunque no ha dejado de volver, como ahora, hace apenas unos días, para presentar, junto a Juan Cruz y Peridis, su última obra (de viajes, de ficción, de historia: un poco de todo). Las rosas de piedra es un tributo a los monstruos arquitectónicos, a la grandeza de las catedrales, y, como diría Fulcanelli, también a su misterio. Llamazares nos sorprende un poco, pero bien mirado no extraña esta pasión porque lo que él llama “las cajas negras de la historia”: nació en una ciudad con catedral, la Pulchra Leonina, y eso le marcó definitivamente. “Fue la primera que vi en mi vida, y por eso quise presentar en ella este libro. Qué mejor lugar, después de todo”. Llamazares, viajero impenitente, pegado al calor de la noche y a las hermosas costumbres de los lugareños, recorre la península en busca de las catedrales. En ellas está, en efecto, gran parte de nuestra identidad histórica. La arquitectura románica, o gótica, le han devuelto la poderosa energía del lirismo. Está en forma. “Hace mucho que tengo este proyecto entre manos. Puede parecer raro, pero es un proyecto que tiene mucho que ver conmigo, con la emoción que me producen estos lugares. Es una cuestión de emoción. Creo que recorreré todas las catedrales del país, hasta que las termine”. El libro, auténticamente monumental en todos los sentidos (608 páginas), discurre por el norte. Ya está Llamazares trabajando en su continuación, dedicada a las catedrales de la mitad sur de España. Pero, de momento, baste saber que esta mirada lírica, profunda, llena de la fulgurante emoción por comprendernos en la piedra trabajada por la historia, se inicia en Santiago de Compostela, en la Plaza del Obradoiro. Quizás el único sitio en el que podía iniciarse. “Este es el lugar en el que confluyen los peregrinos y en el que confluyen también todos los caminos”. Llamazares admite que, en el entorno jacobeo, todo es excesivo, tremendo, impactante. Él, que no es creyente, siente el poder de esta energía arquitectónica irrepetible. “Pero lo más importante no es la impresión, sino la emoción”, insiste. Llamazares se pasea por toda Galicia y por su legado catedralicio: Tui, naturalmente, y Ourense, y la Virxe dos Ollos Grandes de Lugo, y por Mondoñedo. Para aterrizar, claro, en uno de sus objetos del deseo. León. Para no atarse a la disciplina geográfica, algo que él nunca hace, León y Asturias se colocan bajo el epígrafe

El reino perdido. “Me gustan todas las catedrales, por unas cosas o por otras, pero no puedo dejar de admitir que amo la pureza de la Pulchra [leonina], quizás porque fue la primera catedral que vi en mi vida, de niño, con unos nueve años, y eso marca. Y porque yo, al final, soy de esa ciudad, y eso también marca”.

Con todo, y a pesar de su pasión por el goticismo francés de la Catedral de León (es más una pasión de la infancia, es la emoción de los primeros días), el escritor se presenta como un admirador absoluto del románico. La sobriedad y la imaginación del románico. La elegancia en estado puro. En el libro, al abordar la Seo de Urgel, Llamazares no se corta: “desde el románico, el arte no ha hecho otra cosa que retroceder”. Como se dijo en la presentación del libro, las catedrales aportaron belleza y luz a las visiones un tanto oscurantistas de la Edad Media. Y el gótico fue el estallido de la transcendencia, la búsqueda consciente del aire, el intento de volar por encima de las pasiones terrenales. “Yo no tengo nada que ver con el hecho religioso, pero la emoción que destilan estos lugares raros, cargados del peso de los siglos, cuya arquitectura no se parece ni remotamente a lo que hacemos hoy es algo que me parece grandioso”.

Queriendo o sin querer, a Llamazares le ha salido un libro monumental. Y aún queda la segunda parte, en la que está trabajando ahora, dedicada, como decíamos más arriba, a la mitad sur de España. “Me he propuesto visitar todas las catedrales, hablar de todas, de las que son conocidas y de las desconocidas, de las que están llenas de gente, turistas por ejemplo, a aquellas que se mantienen en la más absoluta soledad. Es una empresa dura, es cierto, supone mucho trabajo. Pero yo lo llevo bien. A mí me gusta viajar, me gusta ir de un lado para otro, como he hecho siempre. Con este libro lo he pasado muy bien, que quede claro”.

 

‘Las rosas de piedra’ es, posiblemente, otro libro de viajes de Julio Llamazares, como él mismo ha dicho. Es uno de los géneros que más practica y, sin duda, se trata de un gran dominador del paisaje. Pero el libro tiene algo de novedoso. La idea, desde luego, que parece maravillosamente colosal, como si se tratara de una empresa hercúlea. Y el tiempo que le está dedicando: se trata de hacer un trabajo concienzudo, de estar en los sitios, de impregnarse de la atmósfera de los sitios. Nada diferente, también es verdad, de lo que ha hecho en otros de sus libros de viajes, más dedicados a los exteriores y a los paisajes. Y, siempre, a la memoria encerrada en los lugares, al peso del tiempo. Las rosas de piedra tiene una larga historia detrás. Se empezó a escribir en el mes de septiembre de 2001, y así siete años después ha dado sus primeros futuros editoriales. No quiere Julio hablar de colosalismos ni de obras emblemáticas, ni de estas cosas que a él no le gustan nada. Pero no deja de reconocer que, si todavía tarda cuatro años en terminar la segunda parte que está escribiendo, como calcula, habrá dedicado diez años de su vida a este trabajo monumental. No cabe ninguna duda de que se trata de un ejercicio literario asombroso: diez años viajando entre catedrales para contar cómo son y lo que le sugieren. Y Llamazares lanza esas impresiones sin demasiados filtros. Sin problemas.

Es posible que del Llamazares de los ochenta, el autor que protagonizó un auténtico bum lírico, al de hoy haya una distancia. Su poesía magnífica (“y yo no he dejado de escribir poesía nunca”), su increíble prosa poética: todo eso marcó una época. Pero en Las rosas de piedra vuelve una parte de aquel Llamazares recién llegado a Madrid, que asombró a muchos. Dentro de su lentitud y de su indudable tendencia a la tranquilidad y la contemplación, Julio Llamazares no ha dejado de producir literatura. Es un escritor total, que no renuncia a nada. Por mucho que la crítica siga hablando de Luna de lobos, o de La lluvia amarilla (novelas que alcanzaron un altísimo número de ediciones, y que siguen ahí, gozosamente reeditadas), lo cierto es que el autor de Vegamián se ha multiplicado en los viajes, en el periodismo, en los guiones cinematográficos, en los cuentos. En la realidad y la ficción, en suma. Realidad y ficción convergen en su escritura poderosamente, de tal forma que, en no pocas ocasiones, resultan difíciles de disociar. Llamazares es, con todo, un gran narrador de realidades. Su amor por el viaje, por el viaje a pie, por el viaje sobre la misma piel, queda de manifiesto en este reencuentro con su lado más lírico y más fascinante. En Las rosas de piedra, Julio parece estar de nuevo sobre su lugar fundacional, sobre su territorio favorito. Sobre la tierra. Vuelve a su afición favorita: al peregrinaje, la observación, la mirada. Él, que ha sido siempre un habitante de la noche, un viajero de la noche, se mezcla ahora con el paisaje y la memoria de las catedrales. Una forma de mirar al presente y al pasado simultáneamente. “Pero lo que yo quiero, lo que he querido al escribir esta larga historia sobre las catedrales del norte de España, más que ninguna otra cosa, es volver a sentir la emoción que sentí de niño, cuando por primera vez, asombrado, entré en la penumbra de la catedral de León”. He aquí un libro sobre gigantes que resisten las heridas del tiempo, trasportando el sonido y la furia hasta el presente.

 

30 octubre, 2018
por Miguel Giráldez
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Conversando con Pedro Mairal, Premio San Clemente 2018 por ‘La uruguaya’ (Libros del asteroide)

 

“Esta novela es la descripción de una derrota”

Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) ya era un autor conocido, con éxitos como ‘Una noche con Sabrina Love’, que fue llevada al cine, junto a otras novelas, cuentos y libros de poemas. Pero ‘La uruguaya’ (Libros del Asteroide), premio Tigre Juan 2017, ha superado todas las expectativas, provocando el aplauso unánime de crítica y público. En España alcanza ya la novena edición. Pedro Mairal acumula, a pesar de su edad, una larga trayectoria literaria. Autor de éxito, muy celebrado por el cine, desde ‘Una noche con Sabrina Love’, ha publicado ampliamente en todos los géneros, aunque él se siente fundamentalmente poeta. Guionista y columnista habitual en prensa, es también autor de ‘Maniobras de evasión’, un libro de crónicas periodísticas. ‘La uruguaya’ lo ha llevado en volandas al éxito prácticamente global. Su aparición en 2016 en Argentina fue saludada de inmediato por lectores y críticos y en España acaba de recibir el premio Tigre Juan. La técnica exquisita de Pedro Mairal convierte a esta obra tan divertida (y tan reveladora de las fragilidades humanas) en una obra maestra indiscutible.

 

Hace apenas unas horas acaba de ganar la edición 2018 del Premio San Clemente en castellano.  Lo entrevistamos.  

 

Texto y fotos: José Miguel Giráldez

¿Cómo te sientes, Pedro, en esta nueva etapa de escritor celebrado en muchos lugares del mundo?

Te diré que siempre espero el veredicto de los lectores. Ellos me dicen siempre cosas nuevas. Sobre La Uruguaya, por ejemplo: que si es una carta de amor, que si es la historia de un derrumbe. Cuando escribes eres como un sonámbulo. Estás atrapado por la novela, no puedes ver más allá. Y entonces viene el lector y te dice cosas, te explica cosas que tú no veías.

Se habla mucho de este rotundo éxito que has tenido con La uruguaya, pero habría que recordar que tú ya pegaste fuerte con Una noche con Sabrina Love, y eso fue en 1998. Aquello te marcó definitivamente, sobre todo el jurado que te otorgó el premio (Bioy Casares, Roa Bastos, Cabrera Infante). Parece que fue el anclaje de todo lo que ha pasado después.

Sí. Fue el momento en el que me volví visible. Pero el verdadero anclaje para mí es la poesía. Claro que si hablamos de la entrada en el mercado, que tiene que ver con la entrada en el mundo de la narrativa, entonces sí. Ahora te dicen “volviste al ruedo”. Pero yo no me fui nunca… Siempre estoy escribiendo algo: poemas, guiones, una novela…

La poesía sigue resistiéndose a las tiranías comerciales…

Claro. Ya sabes lo que se dice: “la poesía no se vende porque no se vende”. La poesía no negocia con nadie, sólo con la palabra, con sí misma. Cuando preguntas por la sección de poesía en las librerías te dicen… bueno, sí… allá, detrás de baño… (risas). El mercado no sabe qué hacer con la poesía porque plantea dudas y preguntas, no da respuestas. Por si fuera poco, la poesía se escribe en columnas, desaprovecha el espacio de la página, provoca incertidumbre… No, no va con el mercado. Exige, pide una lectura más bien lenta. Y eso es pedirle mucho al lector contemporáneo. El lector de poesía es siempre alguien subterráneo y secreto. Pero verás, si a mí me obligaran a reducirme a un solo género, elegiría la poesía. Es lo esencial.

Pero hay países que tienen, como decía John Montague, un gran ejército de poetas. Es curioso. A pesar de las dificultades del mercado con la poesía. En España, en Galicia particularmente, hay ahora un gran ejército de poetas. Y muchas son mujeres.

Los poetas forman tribus. Se conocen entre sí, se apoyan, hacen eventos de lectura… Los prosistas menos, porque, como se manejan con el mercado, creen no necesitar la tribu. Y a mí me parece un error, porque la literatura tiene mucho de creación colectiva. Siempre. Los narradores parecen estar en su búnker, como protegiéndose de una radicación atómica. Yo, en cambio, creo que surgen cosas importantes cuando los narradores se juntan.

¿Qué ha cambiado desde el Pedro Mairal de Una noche con Sabrina Love a este de La uruguaya? ¿Cómo te ves con respecto al pasado?

Creo que hay una gran continuidad temática en todos estos años. Pero estilísticamente, pienso que hay un salto cuántico. Dos décadas en la vida de uno es algo que te revuelca la bola… La uruguaya tiene un tono más coloquial, sin perder lirismo. Intento acercarme más al habla, hay una fuerza extraordinaria en la palabra hablada. Para eso tienes que tener más seguridad, no respaldarte en la literatura. Cuando escribes columnas para los periódicos en un tono confesional, aprendes a hacer esto. He hecho crónicas de viajes, que me han ayudado a aflojar la mano. El trabajo periodístico de estos diez años ha contribuido a todos estos cambios, eso es lo que creo. Un amigo me dijo que escribí La uruguaya con mucha facilidad: “la escribiste de taquito”, me dijo, que es una alusión futbolística, ya sabes. Y yo le dije: “sí, pero ese taquito me llevó diez años de práctica”.

La uruguaya es una novela corta (de 142 páginas en la edición de Libros del Asteroide) en la asistimos a un viaje del protagonista, Lucas Pereyra, un escritor en su cuarentena, de Buenos Aires a Montevideo, para hacerse con un dinero que no puede recibir en Argentina por las restricciones del cambio de moneda. Un argumento interesante, pero cercano, nada sofisticado. Y en este viaje pequeño y fronterizo, todo va a pasar. Un viaje que marca también la lengua, sorprendentemente, con el sociolecto de Montevideo. Lo que resulta encantador en esta novela es que una sola palabra, la palabra ‘Guerra’, sea la que va a generar todo el caudal narrativo.

Me alegra que lo veas así. Es una novela de guerra, aunque Guerra, en la novela, sea un nombre propio también. Es la descripción de una derrota, si quieres, en el terreno matrimonial, pero la verdad es que Pereyra termina conociéndose a sí mismo mucho mejor (como suele pasar después de las batallas). La novela es una batalla campal de emociones.

‘Guerra’ adquiere un carácter simbólico en ‘La uruguaya’, Magalí Guerra Zavala, en concreto… Como un homenaje a tus orígenes vascos, ¿no?

Sí, bueno… Tenía una bisabuela vasca… Era Quintana. Busqué en Google apellidos vascos para esto. Mairal es más bien aragonés, significa Mayoral.

En pocas páginas logras armar una historia redonda. Sin perder el tiempo, sin rodeos.

Me gusta mucho la condensación en literatura, sacar chispas a las palabras. Y también reconozco que tengo algo de perezoso… Dicen que el tipo que inventó la rueda estaba harto de arrastrar piedras, así que creo que la pereza a veces produce cosas muy interesantes.

Este escritor, tu protagonista, Lucas Pereyra, tiene bastante de ti, ¿no? A tu mujer, de ser así, no le habrá gustado mucho (risas).

Sí, a mi mujer es a la única persona que he tenido que darle explicaciones por ‘La uruguaya’ (más risas). Uso un montón de cosas mías en el libro. Eso no quita que yo invente cosas y mejore la anécdota. Arruinaría el libro si aclarara qué inventé y qué no inventé.

Resulta muy interesante que todo suceda en un espacio separado por el Río de la Plata. El libro vive de ese concepto fronterizo, que implica una liberación (al menos en apariencia) para Pereyra, que pretende combatir esa crisis de los cuarenta. El libro vive de las geografías, de los mapas urbanos, de las playas.

El espacio me interesa mucho en la literatura. Aquí un tipo se va a otra ciudad de otro país, una ciudad con la que está deslumbrado, pero que es más inventada que real. El espacio es metafórico, porque el viaje de verdad sucede en esa distancia que hay entre la imaginación y la realidad. Es la distancia entre el deseo y la culminación del deseo. Para los porteños Uruguay implica libertad, vacaciones, un escape de la vida propia. Tenemos una idea muy ingenua de Uruguay: allí bajamos siempre la guardia… Me interesaba que mi personaje cruzara a Uruguay con mucha ingenuidad, porque así le iba a doler más el golpe.

Pereyra es un individuo semidestruido, y atisbamos un poco lo que le va a pasar.

Claro. Nos pasa con los amigos, o con los enamoramientos. A veces vemos que están todas las alarmas sonando y no las quieren ver. Es la fragilidad del enamorado, que siempre es un ser quijotesco. Pereyra, cuando al fin se junta con el dinero y con la chica de la que está enamorado, se convierte en un hombre bomba.

Por lo que sé, La uruguaya también va a ser una película.

Estamos haciendo el guión con Hernán Casciari, sí. A Jorge Drexler le gustó mucho y dijo que quería hacer la canción de cierre de la película. Nos está costando el monólogo final, la confesión, la voz íntima. El día de Pereyra en Montevideo, donde se va a rodar, se puede plasmar muy bien, es pura acción. Tenemos productor, pero no hemos decidido aún los actores.

 

29 octubre, 2018
por Miguel Giráldez
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En conversación con Almudena Grandes, Premio Nacional de Narrativa 2018

Almudena Grandes (Madrid, 1960) acaba de ganar el Premio Nacional de Narrativa 2018 con ‘Los pacientes del doctor García’ (Tusquets). Mantuve una larga conversación con la escritora, en la que explica las técnicas de elaboración de esta novela, que continúa su serie galdosiana sobre la guerra y la posguerra españolas, su investigación sobre la red dirigida desde una casa de Argüelles por Clara Stauffer, próxima al nazismo, que ayudaba a viajar a Argentina a prófugos del Tercer Reich. Con aire de ‘thriller’, la novela presenta la figura del médico Guillermo García Medina, que vive en Madrid con una identidad falsa, y también la del exiliado republicano Manuel Arroyo, un diplomático al que salvó la vida en el 37 (cuyo apellido Almudena escoge como un homenaje al pintor Arroyo, recientemente fallecido, con quien visitó la institución Sierra Pambley en León, y el estudio del artista en Laciana). He aquí un viaje al lado oscuro y secreto de nuestra posguerra, condimentado con suspense y no pocas sorpresas, siempre en el contexto de la intrahistoria española de aquel tiempo, tan presente en la literatura de Almudena Grandes.

Texto y foto: J. Miguel Giráldez

Tu serie, Episodios de una guerra interminable, tiene ese aire galdosiano desde la propia concepción de la idea. Todo escritor es testigo de una época, aunque tú, desde luego, eres muy diferente de Galdós…

Hombre, claro. Somos dos escritores de épocas muy diferentes. Estas novelas están escritas siguiendo el modelo de los ‘Episodios Nacionales’ de Galdós. Cuando supe que tenía material suficiente para escribir seis novelas que me iban a permitir recorrer veinticinco años de la dictadura me di cuenta de que había un modelo transitable. Verdaderamente, el modelo que Galdós inventó hace un siglo y medio sigue funcionando. Yo admiro mucho a Max Aub, que en ‘El laberinto mágico’ ya utilizó un concepto algo parecido.

Ahora que lo dices, Almudena. Habría que volver a reivindicar a Max Aub.

No tiene la consideración que merece en este país. Probablemente por el exilio. Ya sabes que el que se mueve no sale en la foto, lo que pasa es que a él no le quedaba otra cosa que moverse. Siempre he pensado que los españoles no nos damos cuenta de la suerte que tenemos, de lo extraordinario que es que podamos hablar de Luis Cernuda como un poeta español, de Luis Buñuel como un cineasta español, de Max Aub como un novelista español… La tónica en el siglo XX fue que, exilios incluso mucho más cortos, terminaran con la naturalización radical de los exiliados. Y, sin embargo, en el caso de nuestros republicanos, se mantuvo esa voluntad de permanecer como españoles. Los que pudieron volvieron, y los que no pudieron, murieron en el exilio sin renunciar a su origen. Por eso Max Aub es un personaje tan tentador para mí.

Galdós es uno de tus modelos, como decimos, y su obra monumental. Pero tu historia bebe mucho de la intrahistoria. De las vidas pequeñas, donde se producen a veces los acontecimientos más significativos que sacuden el tejido de un país.

Es la historia desde abajo. Y eso también lo inventó Galdós. Tengo la convicción de que las vidas privadas de la gente corriente son un material muy significativo, más significativo que los grandes hechos que aparecen en los libros de historia. Por eso lo que sucede en estos libros míos, en esta serie, proviene de las vidas pequeñas, que reflejan a muchos miles de españoles anónimos. Esta, ‘Los pacientes del doctor García’, es un poco especial, tiene mucho de novela de espías, etc., pero no deja de ser una novela sobre la vida cotidiana de la posguerra de España, y sobre todo sobre cuál fue el precio de la supervivencia.

Tú estudiaste historia, quizás no muy convencida, pero sé que muchos de tus personajes están trazados a través de testimonios y cosas y anécdotas que te ha contado, precisamente, gente anónima.

Es verdad eso que apuntas. A veces hay pequeñas cosas que me han contado, diseminadas en personajes no muy relevantes, pero que ayudan a apuntalar la historia. En este caso ha sido difícil documentar la red Stauffer, porque era hermética, completamente clandestina. El Partido Comunista era clandestino en España, pero en Francia tenía unos archivos estupendos. Ahora está en Madrid y se pueden consultar.

Sólo encontraste una entrevista sobre la Red Stauffer en el ‘Daily Express’.

Sólo eso. Y algunas aportaciones individuales. Esta novela no la habría podido escribir sin la aportación argentina. Clara Stauffer nunca declaró su participación, el gobierno español tampoco, los aliados menos… Pero en la primera presidencia de Perón en Argentina hubo un organismo oficial de acogida de nazis que sí generó archivos y documentos que se han podido consultar. Hay un periodista argentino, Uki Goñi, que escribió dos libros fundamentales sobre esto, ‘La auténtica Odessa’ y ‘Perón y los alemanes’. Me ayudaron mucho. Él constata que los nazis que empiezan a entrar en Argentina en el 47 lo hacen con pasaporte español y con nombre falso. Todos estos detalles fueron importantes para construir el puzle de ‘Los pacientes del doctor García’, completados quizás con una entrevista que le hicieron a Clara en el 48, un periodista inglés que entró en su casa engañándola, diciéndole que era un periodista alemán…, y gracias también a algunas pistas que quedan de españoles que estaban metidos en esta red… He tenido suerte en pequeñas cosas que me pasan… Un profesor de la politécnica de Madrid le mandó a mi marido información sobre partidas de nacimiento que se recogían en parroquias para llevárselas a la Stauffer… Y luego, como pieza importante, está el revelador álbum de fotos de Clara Stauffer, [un álbum sobre un viaje de Madrid a Lisboa y Buenos Aires] que descubrí cuando ya se había vendido.

En ese álbum se ve que Clara era tremendamente precisa, lo anotaba todo con su lápiz blanco, vamos, muy alemana (risas). Está claro que, aunque aliada con el mal, era fascinante. Ideal como personaje. Tú también eres muy precisa con la documentación. Tus cuadernos, tus diagramas…

Yo no podría escribir novelas como estas si no trabajara de ese modo. Aunque me veas así (risas), soy muy disciplinada. Escribir una novela empieza por tomar decisiones. Las tomo a mano, en un cuaderno. Me cuento el argumento con detalle, y mientras escribo una aproximación, lo voy pensando. Todo eso tengo que tenerlo claro. Luego trabajo los personajes por separado y procuro saber de ellos todo lo que puedo. Los reales y los de ficción. Este proceso podría durar un año. Después hago desarrollos sectoriales del argumento… Esto me lleva al momento clave que es la estructura. El aspecto expresivo más importante de una novela. Porque la arquitectura en la novela es tan importante como en una casa. La estructura es la válvula que regula la relación entre el lector y la obra literaria. Necesito hacer varios intentos, no creas. Tengo que saber lo que va en cada capítulo.

Tú escribes novelas en la historia, pero no novelas históricas.

Bueno, me lo dice la gente. Las novelas históricas están más interesadas en contar los grandes acontecimientos, en hablar de grandes personajes. Tuve la suerte de conocer a Francisco Ayala, que fue reclutado como agente por Negrín, y esta novela le debe mucho a él. Paco era estupendo, muy humilde, me aguantaba mucho. Le preguntaba cosas, por ejemplo, cuando estaba escribiendo el guión de ‘Inés’: “¿en los años treinta se daban cortes de manga?”. Y me miraba con estupefacción… jaja. Yo suelo tener presente que los personajes ligan, aman, dicen tacos, dan cortes de manga… Yo trato a los personajes como si fueran parte de una ficción contemporánea.

Siempre dices que no crees en la neutralidad del escritor.

Claro que no creo. La objetividad es una quimera. Todos filtramos todo a través de nuestra ideología. No hablo de vidas personales, porque gente buena y mala las hay en todas partes. Yo no puedo ser neutral con la abolición de la democracia y de las libertades. Aunque verás, con tanta corrección política, últimamente me siento como una escritora antisistema.

 

19 octubre, 2018
por Miguel Giráldez
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Santiago Posteguillo y la pasión romana (Posteguillo gana el Planeta 2018)

SI es cierta la expresión latina “audaces fortuna iuvat” (la suerte ayuda a los audaces), creo que Santiago Posteguillo es el mejor ejemplo. Hace algunos años que tuve la suerte de conocer al gran escritor de historias de romanos, y la verdad es que siempre vi en él esa actitud de seguridad y de mesura, de quien maneja fuentes, investiga y viaja, siempre con muy poco ruido y con un resultado espectacular, increíblemente pulcro y riguroso. Porque Posteguillo es algo más que un autor de novela histórica al uso. Esta semana, como sabrán, se hacía con el premio Planeta de este año. Pero su trayectoria es tan amplia, y tan coherente, que hasta el propio premio puede resultar anecdótico (si no fuera por su dotación y su evidente repercusión) al lado de la ya larga trayectoria del escritor. Entrevistar a Posteguillo siempre ha tenido dos lados bien diferenciados para mí. Uno, el placer de hablar con un colega de los Estudios Ingleses (es profesor en la Universidad Jaume I), un colega que no sólo ha escrito algunos libros dedicados a entender mejor la literatura, sino que mantiene ese gusto por el dato exacto y comprobado, propio de un investigador de larga formación académica. Por otro, el placer de hablar con alguien que es uno de los mejores recreadores de los tiempos de Roma en todo el mundo (en España, desde luego) y uno de los autores de novelas basadas en la historia más divertidos, consistentes y, sí, más audaces, que conozco.Audaz es, pues, la palabra. La fortuna: contar con un ejército de lectores, que ya fueron numerosos con la Trilogía de Escipión, se multiplicaron con la de Trajano (tengo ante mí el espléndido ‘La legión perdida’), y a buen seguro que se ampliarán ahora mucho más con ‘Yo, Julia’, la novela premiada en el Planeta, que da a un personaje femenino romano toda la relevancia que se merece (se me ocurre recordar ahora aquel ‘Las hijas del César’, igualmente desde el lado de las mujeres en un mundo de machos alfa, del gallego Pablo Núñez). También tengo entre las manos ‘Yo, Claudio’, la genial obra de Robert Graves en cuyo título se inspira, como homenaje en cierto modo, Santiago Posteguillo. Claudio el tartamudo protagoniza una de las mejores obras ‘romanas’ de la historia, pero les aseguro que nuestro autor no le va a la zaga. Y si Mesalina y Livia, dominante y consejera eficaz a la sombra de Augusto, son personajes femeninos de relevancia, la Julia Domna de Posteguillo, esposa de origen sirio de Septimio Severo, madre de Caracalla, es la nueva revelación. El regreso del escritor valenciano supone iniciar otro viaje maravilloso a Roma. Es para felicitarse. Nada que envidiar, me temo, a ‘Juego de Tronos’ en cuanto a la gran coreografía de un lugar, en cuanto al dominio de personajes que, además, fueron en su mayoría verdaderos. El gran Posteguillo vuelve para quedarse mientras nos preguntamos por esa versión televisiva de ‘El Africano’, en manos de Mediapro. El escritor es cuidadoso con la posibilidad de convertir sus largas historias en series de televisión (la estupenda Mary Beard no tendría dudas), pero yo apuesto por él. De los textos de Posteguillo pueden germinar series magníficas. Como ‘Yo, Claudio’ germinó de Graves y de la BBC: imprescindible joya.

La última vez que entrevisté a Santiago Posteguillo, con motivo de la publicación de la última novela de la trilogía de Trajano, fue en 2018. Reproducimos la entrevista, publicada en este diario, a continuación:

Texto: J. Miguel Giráldez

Fotografía: Fernando Blanco

Desde que conozco a Santiago Posteguillo, y ya van algunos años, no ha dejado de ir de éxito en éxito. Hoy está considerado como el gran maestro de las novelas de romanos en español (y no sólo en español), pero, naturalmente, Posteguillo es mucho más que eso. Con su talante serio, pero amable, me recibe en el Hostal de los Reyes Católicos. Bajo estas luces que bañan muros no tan viejos como los que Posteguillo describe en sus obras, pero tan venerables, el escritor hace un aparte para terminar de hablar por teléfono con su mujer: hay asuntos domésticos que tratar en la distancia, como casi cada día. Posteguillo no descuida nada. Ha aprendido a ser metódico, y su profesión, profesor de Filología Inglesa en la Universidad de San Jaume I, sin duda le ha ayudado mucho. Está acostumbrado a investigar. A analizar documentos, a manejarse por todos los archivos. Así que ese bagaje ya lo tenía cuando decidió volcar su vida hacia la literatura, en particular hacia la novela histórica y, tras el fulgurante éxito de la trilogía de Escipión, concretamente hacia la novela que recrea momentos decisivos de la vieja Roma.

Es evidente que en este paisaje se siente como pez en el agua. No empezó entre romanos, pero una vez que los ha conocido tan bien, se resiste a abandonarlos. “Es el origen de nuestra civilización”, se justifica. Aunque no sabemos qué hará en su próxima novela, que ya tiene entre manos: “he venido pergeñando el esquema de la primera parte. Me falta la segunda: pero para eso tengo el viaje de vuelta”, dice, con cierta retranca. Nada puede desvelar. “No me lo permite la editorial. Pero sí te diré que sigue siendo una novela histórica”, explica, con media sonrisa, consciente de que lo que toca hoy es el final de los días de Trajano .

Su nueva novela alcanza las 1.150 páginas y no da descanso al lector. Posteguillo es muy capaz de describir la vida romana con detalles mínimos, capaz de recrear diálogos de césares y soldados con gran verosimilitud. No sólo le dicen los críticos que es muy cinematográfico, sino que él se empeña en serlo. Se le ve feliz de haber dedicado tantos años y tanto esfuerzo a componer la vida cotidiana de personajes como Escipión o Trajano. Un esfuerzo que le ha llevado de un lado a otro del planeta, y que le sugiere una sola queja: “los aviones”. Y añade: “en eso soy como Woody Allen. La última vez que fui a Argentina me vi unos trece capítulos de The Big Bang Theory, y luego me tomé dos o tres copas de vino. En fin. Donde se pueda ir en tren, prefiero ir en tren. Mi editorial ya lo sabe”. Su éxito, que se multiplica cada vez que saca a la luz un nuevo libro, no le ha permitido quedarse mucho en casa. Ni en la universidad. “Bastante que, gracias a la generosidad de mi rector, he conseguido seguir con mis clases, aunque eso sí, modificando los horarios. Me han nombrado embajador honorífico de la Jaume I, y eso podía no haberlo hecho, pero lo hizo. Ahora, es cierto que ya no puedes renunciar a viajar”, añade. “Es el dulce problema, el happy problem“, acepta. “Sólo me sabe mal por mi familia”. Pero ha completado un trabajo serio, concienzudo, como a él le gusta. Siete años sin parar para esta trilogía. Contempla este volumen inmenso, La legión perdida (Planeta), con la satisfacción de un trabajo al que no le falta nada para satisfacer al lector. Posteguillo cree que trabajo y el esfuerzo son para el escritor, y el placer, para el lector.

Le digo qué queda del Posteguillo inicial, cuando no era conocido por el gran público. “Creo que me queda el estilo. En eso pienso que no he cambiado casi nada. Cuando llego con Africanus, que es mi carta de presentación, ya había escrito mucho. Ahora, mi mayor evolución está en la estructura. En cada nueva novela intento introducir un cambio estructural. En Los asesinos del emperador opté por un sistema circular. En Circo Máximo, lo que imperaba era la simetría, con esas dos carreras de cuádrigas, una al principio y otra al final, y dos campañas dácicas, con un juicio en medio. Y en esta, lo que tenemos es un juego de espejos, en el tiempo y en el espacio”, explica Posteguillo. “La novela salta de la legión perdida en los tiempos de Craso (el craso error) hasta, 150 años después, el mismo intento de llegar a oriente por parte de Trajano. Pero se narra mucho más, porque hablo de Roma, de Partia, de la India, del Imperio Kushan y, finalmente, de lo que sucedía en China. Los latinoamericanos llaman a esto ‘novelas de largo aliento’, porque abarcan muchos años y territorios.

Posteguillo está influido por todas sus lecturas, siendo, como es, un gran conocedor de lo anglosajón. Pero admite que su gusto por el detalle, por ser fiel en todo, por perfeccionar sin cesar la narración, le viene de Tolkien. “Bueno, hemos hablado de esto más veces”, me recuerda, “quizás me atraía Tolkien porque él era un profesor como nosotros, del mundo inglés, del inglés antiguo, ya sabes. Cuando navegaba por El señor de los anillos, aquello de que hubiera mapas, apéndices, me encantaba. Y por eso sabía que si yo escribía algo parecido alguna vez, introduciría en mi novela esas cosas, que no molestan, además, la lectura”, dice.

“Una novela como La legión perdida es un gran Juego de Tronos, pero real”, declara con entusiasmo. “Aquí tienes a Trajano y a Osroes, y a todos los grandes líderes, jugando a intervenir en multitud de reinos, particularmente Armenia, poniendo y deponiendo reyes, intentando saber quién consigue el reino de Partia. Lo que hace Martin es muy bueno, entretenido, y también él es muy tolkeniano. Pero lo mío es real. Te da un punto de conocimiento sobre el pasado que otras novelas no te dan”, apunta. Lo que tienen en común todas las narraciones que va citando Santiago Posteguillo, incluyendo las suyas, es el estudio del arte de la guerra. La trilogía de Trajano despliega toda una maquinaria bélica, todo un cúmulo de decisiones humanas tomadas por un emperador que él admira profundamente. “La globalidad actual proviene de una globalidad que ya existía entonces”, quiere dejar muy claro Posteguillo. “Por eso esta es una novela de lenguas, de idiomas. Los que saben idiomas, se salvan. Esa globalidad de la que hablo se demuestra porque el enfrentamiento entre Roma y Partia es conocido por los Kushan al norte de la India, y llega hasta China. Todos estaban unidos por el cordón umbilical de la Ruta de la seda. Plinio el Viejo se quejaba de los millones de sestercios que se gastaban los romanos en traer productos de la China: ¡si levantara ahora la cabeza!”

Hay otra lección que puede extraerse de esta magnífica novela. Posteguillo lo explica con claridad: “quería romper ese eurocentrismo que nos hace parecer que somos lo mejor y lo más importante”, subraya. “En la novela se ve que cuando hay un terremoto en Roma, en China están inventado el sismógrafo. Cuando aquí se usa el papiro y el pergaminos, le están presentando al funcionario Fan Chun (y luego a la emperatriz Deng) una cosa que llaman papel. Había otros mundos, que aquí se muestran, y Roma no era el más avanzado”, insiste. Un mundo que Posteguillo ha intentado conocer para componer la novela (se pasó un mes en la India, viajó al Museo Arqueológico de Estambul, también al lugar donde Trajano murió, al sur de Turquía…). “He tardado esta vez dos años y seis meses, en lugar de los dos años previstos”, cuenta. “En la editorial acabaron entendiéndolo. Había que estar a la altura”. El esfuerzo fue colosal, pero la novela, la trilogía más bien, logra un perfil excelente de Trajano. “En Roma, cada que vez que llegaba un emperador nuevo, le decían: ojalá seas tan afortunado como Augusto y tan bueno como Trajano. No se encuentran ya muchos personajes como este. En el siglo XX, quizás Mandela. A ver si nos cruzamos con un par más deTrajanos, pero no sé yo. De él me interesa su ejemplaridad (luchó mucho contra la corrupción), afrontaba los problemas y no dejaba que se pudriesen, gastaba el dinero público en edificios públicos, y en caso de guerra estaba en primera línea de combate. Qué más se puede pedir”, dice Posteguillo. “Cuando se propone reproducir la aventura de Craso, fallida, se da cuenta de que no debe repetir los errores del pasado: otra lección para quien la quiera aprender”, remata.

PROXIMAMENTE, POSTEGUILLO PRESENTARÁ SU NUEVA NOVELA, ‘YO, JULIA’ (PLANETA) EN ESTAS PÁGINAS

16 marzo, 2017
por Miguel Giráldez
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Con Javier Cercas, sobre ‘El monarca de las sombras’

(Javier Cercas, Ibahernando, Cáceres, 1962) Con ‘Soldados de Salamina’, Javier Cercas se abrió al gran público. El éxito le llegó con una historia en la que una anécdota es elevada a categoría de narrativa global de la Guerra Civil. Desde entonces, Cercas, con un estilo literario que bebe de la propia realidad y que se adentra en hechos verdaderos o al menos creíbles, ha investigado paralelamente la historia de España y su propia biografía personal. Se diría que ambos asuntos son inseparables. Ahora, tras ‘El impostor’, donde se analizaba la tergiversación de la memoria, la reescritura del pasado, llega a las librerías con ‘El monarca de las sombras’, de nuevo una historia con profundas raícen en lo que él considera el lado más vergonzoso de su biografía. Le costó a Cercas escribir la historia de Manuel Mena, su tío abuelo, que murió en la batalla más cruel y más absurda de la Guerra Civil a los 19 años, en el bando llamado Nacional, y que, a pesar de morir en el lado equivocado de la historia, desde siempre fue considerado el héroe de la familia. La novela, publicada por Random House, acaba de ver la luz: es la novela del pasado incómodo, de cómo la historia a veces nos lleva con ella como un viento poderoso, aunque sea al desastre. Y es también la novela que Cercas dedica a explicar sus orígenes, en un pequeño pueblo de Cáceres, antes de la emigración a Girona. Y a explicar la figura de su madre. Y de cómo su madre, lo convirtió en escritor.

J. Miguel Giráldez

El título de esta novela alude a los clásicos griegos. A Aquiles, en concreto. No al Aquiles de la ‘Iliada’, como tú mismo dices, sino al Aquiles muerto de la ‘Odisea’, al que ya habita el reino de las sombras. Dos libros que, por cierto, aparecen en la novela, y que tú encuentras en la casa natal de Ibahernando. Aquiles ha muerto y es el rey de las tinieblas, como ha muerto Manuel Mena, tu tío abuelo, uno de los protagonistas de este libro. Y ha muerto con belleza y juventud, como querían los clásicos. Al fin, Javier, has sido capaz de viajar hasta el pasado oscuro de tu propia familia, y has hecho la novela del Manuel Mena, falangista, muerto a los 19 años en la Guerra Civil, en la batalla más terrible y absurda, aunque tú, como investigador y testigo contemporáneo, apareces sin cesar también, como un Holmes que va en busca de las huellas, aunque pueda no gustarle lo que encuentre.

En la novela hay dos narradores. Uno que es en tercera persona, frío, muy objetivo, como un notario, y que pretende reconstruir la historia con la mayor precisión posible. Y otro, en primera persona, que soy yo, Javier Cercas, o alguien muy parecido a mí. Este va contando en realidad cómo se construye la novela. Porque, como suelo decir, mis novelas son novelas de aventuras sobre la aventura de cómo se escribe una novela. Es algo muy común en mi literatura, como sabes. Son dos narradores que funcionan como un desdoblamiento, como un artificio, que permiten un diálogo entre el pasado y el presente, entre lo particular y lo colectivo.

Lo que importa en esta novela es el viaje. Hay un viaje en el sentido físico, coche, carreteras secundarias, búsqueda del origen. Y hay un viaje al fondo de la historia, al fondo de la memoria y de la biografía personal. Hay un viaje en el tiempo.

Exacto. Es un viaje, como también lo es la Odisea. Es una búsqueda. Reflexioné sobre esto en ‘El punto ciego’, que publiqué el año pasado. En realidad, las novelas que me importan son aquellas que se basan en pesquisas. Hay una pregunta al principio: por ejemplo, ¿quién fue Manuel Mena? Todo el resto del libro es un intento de contestar a esa pregunta. Pero la respuesta no tiene por qué ser nítida, o concreta. Suele ser irónica, ambigua, equívoca. El lector, como decía Conrad, tiene que poner la otra mitad del libro.

Creo, Javier, que tiene un mérito extraordinario, no sólo que te hayas enfrentado con ese lado del pasado familiar que no te gustaba, y que era omnipresente en la memoria de tu madre, sino que de algo que no es tan inhabitual en muchas familias españolas (haber tenido antepasados luchando en la Guerra Civil, y por supuesto también en el bando nacional, como es el caso) tú hayas logrado construir toda una narración impactante, emocionante. Y con no muchos datos, todo hay que decirlo. Una vez más elevas un asunto concreto, determinado, incluso doméstico, a la metáfora todo un tiempo de la Historia.

Te agradezco que digas eso. Pero verás, eso es lo que hace la literatura. Siempre lo digo, citando a Tolstoi. Siempre digo aquello de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Bueno, pues pinta tu aldea en guerra y pintarás todos los pueblos y todas las guerras del mundo. En todas las familias hay un Manuel Mena. Y mi relación con eso, con el pasado de mi familia, es la que tenemos todos con el pasado de nuestras familias, que desconocemos. Lo dice Umberto Eco: “conocemos mejor a Julien Sorel [el protagonista de ‘El rojo y el negro’] que a nuestro propio padre”. No sabemos nada de la peor herencia de nuestras familias. Y no lo sabemos porque se callaron. Pero tenían derecho a hacerlo.

Esta novela cierra un ciclo de la memoria, de la guerra, y de tu propia biografía. Esa memoria de la que hablamos mucho y en la que buscamos poco. Es también esta novela un viaje a tus orígenes. Han dicho varias veces que te avergonzaba hablar de todo eso. De origen modesto en un pequeño pueblo de Cáceres y, desde luego, de este supuesto héroe falangista que fue tu tío abuelo. En la novela le dices a David Trueba una y otra vez que no quieres escribir este libro.

Me he resistido, como nos resistimos todos. Es verdad que ‘El monarca de las sombras’ conecta con ‘Soldados de Salamina’, qué duda cabe. Pero también con ‘El impostor’. Porque en el fondo hablamos de lo que hacemos con el pasado incómodo o sangriento. Lo que hacemos es edulcorarlo, enmascararlo. No afrontar la verdad. Es lo que hace Enric Marco, que se inventa un pasado heroico que no tiene que ver con la realidad. Lo que hago aquí es mirar y contar ese pasado conflictivo, tan complejo, de la manera más honesta de la que soy capaz. ¿Por qué? Porque es indispensable. Hay gente que piensa que hay que dejarlo de lado. Es un error monstruoso que padecemos cada día. Porque ese pasado forma parte del presente. Por eso vivimos un presente estrecho, escaso, mutilado, eso es lo que creo. Obviamente, la única forma de hacer algo útil con el futuro es tener muy presente el pasado. Si no lo hacemos, estamos condenados a repetirlo, que no te quepa duda. Y es que está pasando. Estamos empezando a repetir el pasado de los años treinta. En todo occidente. Leer más →

4 febrero, 2017
por Miguel Giráldez
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Con Guillermo Arriaga (‘Amores Perros’, ahora ‘El salvaje’) en A Coruña

GUILLERMO ARRIAGAEl escritor mexicano presentaba esta semana en A Coruña su nueva novela, ‘El salvaje’ (Alfaguara), de la mano de Javier Pintor. Una historia de 694 páginas por las que pasa todo México, y muchos retazos y obsesiones de la infancia y la juventud del autor del guión de ‘Amores perros’, ’21 gramos’ Y ‘Babel’, entre otras obras de éxito. Nominado para el Goya a la mejor película iberoamericana por ‘Desde allá’, pasa unos días en España, visita Galicia, y se pregunta (sin lograr respuesta) qué vendrá después de una novela en la que, en gran medida, laten todas sus historias anteriores.

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En apenas cuatro días en España, Guillermo Arriaga (México, 1958) ha contado ya numerosas veces cómo ‘El salvaje’, que acaba de publicar Alfaguara, supone un viaje largo a toda la experiencia acumulada, es una forma de revisitar sus obsesiones, su gusto por las casualidades, por los giros imprevistos de la vida, por esos personajes en los que late él mismo, y muchos de sus amigos, que por supuesto están dentro de esta historia. Es una novela que abraza todo un tiempo, un largo tiempo, con ecos de la propia biografía e invenciones hermosas o brutales, al calor de lo vivido, pero con un gran sello de autenticidad y de bravura. Contada con ese ritmo sincopado que recuerda el paso de los fotogramas, con un estilo fragmentario, que va y viene desde el pasado hasta el presente, en ondas sucesivas, como la sangre golpeando en las sienes, ‘El salvaje’ es capaz de crear atmósferas cálidas y polvorientas, desde las azoteas de uno de los barrios más laberínticos y peculiares de Ciudad de México, el suyo, hasta los bosques y los ríos helados del Yukón, donde Amaruq, obsesionado como nadie en esta historia de obsesiones, persigue sin aliento al macho alfa de una manada de lobos.

Me encuentro en el Hesperia de A Coruña con Guillermo Arriaga. Está algo cansado, pero lo niega. Da muchas entrevistas, visita platós, habla sin parar de una novela que probablemente es la novela de su vida. Sonríe. Es escueto en las respuestas, como a veces en la prosa. Sintagma. Sintagma. Palabra. Palabra. Ese peso del fotograma. Hay mucha acción, todo fluye. Pero después está esa crema viscosa del odio. Ese puré oscuro de la venganza. Esas cucharadas amargas de realidad. Sólo algún estallido de felicidad. En las azoteas. Encaramados a los tejados, sin pisar la calle, los muchachos van y vienen: “Nos echaron de ella, nos largó de la calle. La policía. Entonces nos subíamos a las terrazas y saltábamos de una a otra”. Y ahí te imaginas la cámara, en travelling, saltando, fiuh, fiuh, wuuuuoah, wuuuuoah, el vértigo, sin caer, sin caer… o cayendo. Un juego que es una huida por un territorio sólo dominado por los habitantes del laberinto. La novela se emboza en sangre, en embriones guardados en formol, en lágrimas, en un amor que no puede sustanciarse más que en pocas palabras, porque no hay tiempo, ni dinero para perderlo. También en amores adolescentes aprovechando descuidos colegiales. Hay un poso de tristeza feroz, como el aullido del lobo. Colmillo, es el lobo. No el que persigue Amaruq, sino el que tienen atado en la colonia, capaz de llevarse el bíceps de un mecánico de un bocado, como trofeo. Colmillo es ‘White Frang’, el perro lobo de Jack London. ‘El salvaje’ te obliga a ‘jacklondonizarte’, a construir tu propia hoguera en medio de la frialdad del mundo. Todos son lobos esperando el calor de la manada. Y hay fieras que odian, gente pulcra, sin embargo. Los buenos muchachos, fanáticos religiosos. No dirán una mala palabra, pero incendiarán la vida de los saltadores de terrazas. Carlos, el hermano de Juan Guillermo, el protagonista, es asesinado, brutalmente. El muchacho lo pierde todo: muere el hermano mayor, como había muerto en el vientre de la madre su gemelo. Y muere la abuela, y los padres mueren, o se suicidan, en un accidente de coche. “Yo también tuvo un accidente de coche, muy grave, como el de la novela, o muy parecido. Caí por un barranco, iba dormido”, me dice Arriaga. Ahí está. Todo está dentro de uno. “Guillermo”, le digo: “no puedes desprenderte de los accidentes de coche, de las vidas cruzadas, de cómo hay muertos que salvan a vivos, y vivos a muertos, de las casualidades, de los encuentros. No puedes desprenderte de los perros, Guillermo, ni ahora de los lobos”. Porque todo está ahí desde principio.

Le digo que ha vuelto a la novela casi veinte años después. Como si todo lo demás no fuera novela, narración, literatura. “Bueno, los guiones son novelas para cine”, me corrige. “Es muy triste que el cine sea considerado un subgénero de la literatura. Cuando se escribe teatro no pasa eso. ¿Por qué en el cine? No se entiende. Es verdad que a veces hay obras que se escriben por encargo… Pero bien mirado, hasta hay grandes obras de arte que fueron hechas precisamente por encargo”, explica Arriaga. ‘El salvaje’ recoge, ya lo hemos dicho, muchos de los grandes temas del escritor, muchos de los que ya aparecen en las películas que él escribió, y en otras novelas. ‘Amores perros’ persiste, es indestructible, está siempre ahí. Pero Arriaga reconoce que quiso dibujar la vida, como él la sintió. “La vida es así. Hay casualidades, hay suerte… No soy un trágico. Soy un optimista. Mi propia carrera confirma que uno puede hacer lo que quiera. Tuve claro donde quería llegar y luché siempre por conseguirlo”. Pero admite el escritor mexicano, también el cineasta que hay en él, el cineasta que también persiste, que lo más hermoso está en esos hilos rojos que nos recorren, que nos unen, quién sabe si al azar, a unos con otro, en lugares diversos, sin que haya razones ni explicaciones. Las vidas cruzadas. “Desde los quince años pensé en contar mis vivencias algún día. Lo hago ahora. Sobre todo en ‘El salvaje’. Son detalles que se fueron acumulando, no grandes asuntos. Es el territorio donde suceden las cosas, en un día cualquiera. Como en Faulkner. Como Dickens, Balzac. La vida ocurre a pie de calle. Y yo eso lo quería contar. No nos quedó otra que trepar a las azoteas, porque la policía nos correteaba. Yo describo mi barrio tal y como es. Nos divertíamos mucho allá arriba, en las azoteas. Muchos perdieron su virginidad allí. Pero sobre todo platicábamos, éramos felices”.

El cine corre por las venas de este escritor, pero ‘El salvaje’ no será una película. “Bueno, eso creo. Si viene alguien y me dice cómo hacerla, yo con mucho gusto vendo los derechos. Pero no creo que pueda hacerse. Yo no voy a emprender la tarea de adaptarla, como hice con ‘El búfalo de la noche’. Lo interesante es lo que sucede dentro de Juan Guillermo y de Amaruq, no lo que sucede fuera de ella”. La complejidad de las dos historias paralelas que ocurren en esta novela hace quizás difícil su traslación al cine, pero es más difícil todavía el laberinto de vidas que, una vez más, aparece ante nosotros. Como el laberinto de las calles y de las azoteas. Arriaga está contento con que se quede como novela. Como gran novela. “Yo soy un contador de historias. No todo hay que convertirlo en cine. Ahora estoy escribiendo teatro. Escribo siempre. Necesito energía emocional para escribir un libro, y cuando tengo algo, lo veo venir. La historia viene a mí. La historia te arrasa como una avalancha. ‘El salvaje’ cuenta cosas difíciles, duras, violentas. Pero Arriaga, que quiso ser boxeador, aunque no llegó a serlo nunca, no cree que en eso se parezca a sus vivencias: “tuve una vida muy feliz, me lo he pasado muy bien en este mundo. Claro que tuve episodios complicados. Me peleaba mucho en la calle. Tenía un compañero que era remero olímpico, y yo quería ser también un deportista. Pero se me infectó el corazón mientras entrenaba y ahí acabó mi carrera de boxeador. Luego, es verdad, he vivido momentos bien extremos. En algunos lugares. Disenterías, hipotermias en el desierto… Pero bueno, nada tan grave… Aunque la hipotermia es terrible. Ese territorio, ahora puesto en cuestión, el territorio de la frontera entre Estados Unidos y México es fascinante. He vivido mucho ahí, he viajado a la frontera desde niño. Acabo de estar allí. A veces estamos cazando en México y vamos a desayunar a Texas… A unos 400 kilómetros de Laredo, es un territorio muy escarpado e inclemente. No hay personaje más interesante que el camina al filo de una frontera”. (Y eso aparece bastante en esta novela).

‘El salvaje’, dice Guillermo Arriaga, no es una historia ecologista. “No, sólo es un libro en el que se habla de la naturaleza, porque la naturaleza somos también nosotros y a veces parece que no nos damos cuenta. Esta es una historia en la que hay un gran amor por los animales y por nuestra relación con ellos. Pero, sobre todo, esta es una historia sobre la libertad, y sobre la necesidad de saber que aún hay esperanza”.

Una entrevista de J. Miguel Giráldez, versión extendida de la publicada en ‘El Correo Gallego’ el viernes 3 de febrero de 2017. La fotografía es de Chema Moya.

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