Desde que en mi último post Julio Iglesias cantase que la vida seguía igual tras la investidura fallida de Sánchez, nuestro país ha seguido la previsible deriva que lo lleva a las nuevas elecciones del 26J y yo sigo sin entender de la misa la media.
Tal vez el hecho de levantarse cada día a las seis y pico de la mañana para currar (¡bendito privilegio!) en un país gobernado razonablemente bien por una gran coalición (receptor recientemente de casi un millón de refugiados y con una tasa de paro que ronda el 6%) no ayude demasiado a comprender el devenir de nuestro país.
Con Rajoy limitado al papel de don Tancredo, hemos visto cerca de la Presidencia a Pedro Sánchez, cuya lista en Madrid consiguió 6 de 36 escaños como cuarta fuerza política por detrás de PP, Podemos y Ciudadanos. Pablo Iglesias pasó de comunicarle al Rey que debía asumir la vicepresidencia del gobierno a ser el primer político en nuestro país que dimitía de un cargo antes de ostentarlo. Quien sí renunció por sus contradictorias respuestas tras el escándalo de los Panama Papers fue el Ministro Soria, mientras que el nombre del autodefinido sindicato contra la corrupción “Manos limpias” se convirtió en el colmo de la ironía.
Muerto el bipartidismo en el Parlamento, el Atlético de Simeone se empeña en acabar también con las dos Españas de Madrid y Barça, mientras algunos de sus futbolistas (mención especial a Dani Alves) dan en las redes sociales el perfecto contraejemplo a los miles de críos que les siguen.
Aunque nuestra sociedad enveceje a pasos acelerados, nuestros jóvenes siguen emigrando, los escándalos de corrupción se suceden y el paro sigue aumentando (nuevo récord de cinco años y medio con una tasa de desempleo superior al 20%), se celebra que estamos un poquito más cerca de la doble final española en la Champions y en la Europa League.
“Mucho te tiene que tirar esa tierra para que tengas tantas ganas de volver a un país así” me decía hace unos días una compañera alemana. “No sabes bien cuánto” le respondí yo.