Los investigadores hablan: “la inversión en ciencia es ridícula se mire como se mire”
El Covid-19 ha puesto nuestras vidas patas arriba. Nos ha quitado grandes cosas, pero también nos ha regalado otras muchas en forma de aprendizaje. Una de ellas tiene que ver con valorar.
Si hay algo a lo que nunca hemos dado el valor suficiente en nuestro país es a la ciencia y a la investigación. De ahí que destaquemos por tener una inversión en investigación y desarrollo (I+D) muy inferior a la del resto de países europeos. Ni más ni menos que la mitad.
Pero, aunque este dato pueda sonar alarmante, nadie se había preocupado lo más mínimo hasta que llegó el Coronavirus. De repente, todos nos dimos cuenta de que existían los investigadores. Esto sucedió cuando llegamos a la conclusión de que nuestros problemas tenían una única solución: la vacuna.
“Mucha gente se creía que los investigadores pasábamos el rato entretenidos jugando con tonterías en el laboratorio, pero con la pandemia se han dado cuenta de que podemos ofrecer soluciones reales a problemas reales”, afirma José M. Martínez Costas (catedrático de Bioquímica y Biología Molecular e investigador principal del grupo de Virología Molecular del CIQUS).
Lo mismo piensa Eugenia Pilar Quirós Díez. Ella tiene 25 años, es graduada en Química y actualmente está en su tercer año de tesis. Destaca que el Covid ha puesto en el punto de mira a la ciencia cosa que, asegura, no suele pasar. “Estamos ahí pero a nadie le importa demasiado”, reconoce.
Ambos están de acuerdo en que “la inversión en ciencia es ridícula se mire como se mire”.
Eugenia asegura que, acabadas la carrera y el máster, las opciones son limitadas: “hay becas nacionales y regionales que cubren entre 3 y 4 años, pero para ello necesitas tener un buen expediente académico”. “Mucha gente está haciendo una tesis doctoral cobrando 500 o 600 euros al mes porque es lo único que puede ofrecerle el grupo de investigación por falta de financiación”, cuenta.
Una situación, la de los jóvenes, que José M. Martínez califica como “desesperante”. Y es que muchos de ellos se ven obligados a irse fuera del país en busca de salidas laborales. El investigador apunta que “irse a otro país temporalmente y de manera voluntaria para aprender es muy positivo. Lo que pasa aquí es que te vas pero no está nada claro que tengas posibilidad de volver”.
Es la conocida brain drain o fuga de cerebros, en la que España ocupa también los puestos más altos de la tabla.
Saben que la percepción que la gente tiene de ellos ha cambiado, aunque ninguno tiene la certeza de cuánto durará y si se mantendrá cuando acabe esta situación. A pesar de las dificultades, ni ellos ni el resto de profesionales dedicados a la investigación parecen dispuestos a rendirse.
Por eso, ante la pregunta de qué le piden al futuro ambos son cautos. Eugenia pide acabar su tesis. Jose que, si su proyecto es evaluado positivamente, se lo financien. Eso sí, “que financien también a aquellos que van a usar las pipetas y los aparatos del laboratorio, porque los experimentos de los proyectos los hace gente que tiene la mala costumbre de comer todos los días y dormir bajo techo” recuerda.
Una inversión que esperemos que llegue. Sobre todo después de un momento en el que hemos descubierto que, cuando se invierte, los científicos lo devuelven con mucho trabajo duro.